sábado, 18 de noviembre de 2017

Culpables

Tuve un sueño bastante extraño. Los cristales estaban esparcidos por un espacio donde no existía gravedad y tiempo. Cuando yo llegué ya estaban rotos, aunque siendo sincero, me cuesta demasiado recordarlo.

El tiempo se había detenido. El estatismo reinaba en aquel lugar vacío, probablemente su trono se encontraría al final de la escalera. No obstante era imposible saberlo, desde lo más bajo, por más que forzara mi vista lo único que lograba ver eran los peldaños que se alargaban infinitamente.
Quedarme parado me inquietaba, no moverme significaba mimetizarme con aquel espacio anacrónico y desaparecer, perderme en ese laberinto de un solo camino.
Avanzar era doloroso, no solo porque mis músculos entumecidos se sentían diez veces más pesados, sino porque los cristales desgarraban mi piel a cada paso. Pero se trataba de un dolor inmaterial, casi inexistente, invisible. Presentaba una oxímoron irresoluble, una trampa al intelecto.

Detrás de mí, gotas de sangre flotaban tiñendo los cristales de carmesí. Sin embargo bastaba con unos escalones más para que el camino recorrido se difuminara y acabara siendo engullido por una oscuridad azabache e inabarcable. Qué sentido tenía seguir avanzando. Por qué no simplemente sentarme y tratar de esperar inútilmente en un lugar en el que no fluye el tiempo.

Entonces me pregunté quién había tenido el mal gusto de abandonarme en un problema imposible de resolver. Quién había sido tan malicioso de desquebrajar los cristales y abandonarlos sobre el único camino. Quién podía ser tan macabro como para no darme más opción que avanzar sin ofrecerme meta alguna. Mientras seguía avanzando perdiendo cada vez más y más sangre, me preguntaba quién sería el culpable. Quién.