sábado, 9 de julio de 2022

Sobre la pobreza y cómo las cucarachas me hicieron artista

Prometí que escribiría algún día una novela sobre la pobreza. Bueno, en realidad prometí hablar más sobre la pobreza en general. Porque ahora ser pobre está de moda, pero curiosamente esos pobres son los que más dinero tienen. El nombre del padre de Rosalía sale azul en wikipedia, con eso lo explico todo.
Y sobre la pobreza, para romper el hielo rápidamente, lo peor son las cucarachas. Antiguamente, siendo los agujeros y las cabidades más grandes, realmente el mayor problema de la pobreza eran las ratas, pero ahora son las cucarachas. Aunque cuando viajé a Barcelona, curiosamente, uno de los principales problemas que tenía su ciudad, y sobre todo su metro, eran las ratas. Porque claro, qué cabidad más grande existe en el mundo que aquella por la que debe transitar un tren. Sin embargo siendo mi ciudad Valencia, aquí en el metro reinan las cucarachas. También tenemos problemas de ratas pero estas por lo general están subidas a las palmeras. El problema ha mejorado ahora que, como podáis haber visto si sois Valencianos, están protegiendo los troncos de las mismas con láminas metálicas por donde no puedan escalar. Aunque después de haber visto cabras escalar muros totalmente verticales, pensando en cómo saltan las ratas, me pregunto cuántas de ellas se las ingenierán para sortear este obstáculo pensado por humanos y casi para humanos. Pero insisto, si caminas por el tranvia cerca de la vía marítima, al menos hace bastantes años era normal que cada tres o cuatro metros si, como yo, eres temerosos de las cucarachas grandes, puedes encontrar una o más cucarachas cada tres o cuatro metros a altas horas de la noche. Por lo que leí se descubrió que cierto tipo de pintura era extremadamente eficaz matándolas y se rociaron las alcantarillas más atestadas por lo que de hace unos años aquí es mucho más complicado encontrar la entrada de una alcantarilla con treintenas de cucarachas grandes corriendo. También tengo que reconocer que esta cifra ha disminuido mucho con el tiempo porque cada vez nos volvemos más adultos y el ocio nocturno pasa a convertirse en melancolía y preferimos dormir por las noches que hincharnos a mierdas que nos retuercen las tripas y el alma. Así que tengo que reconocer que quizá estoy siendo optimista de más y el problema de las cucarachas por las vías marítimas sigue siendo un gran acertijo a resolver. De todas formas, con que baje el porcentaje de encuentros con cucarachas, aunque no sean equitativos, me sirve y creo que a todos por igual. Pero lo que sí que tengo que reconocer es que se ha hecho un gran trabajo de aquí a unos años. Porque antiguamente las terrazas por las noches estaban llenas de cuarachas. Pero llenas, llenas. Yo, que viviendo en un último piso siempre he sido absoluto y devoto fan de las terracitas, he pasado allí un lugar de horas indecentes. Y en muchas de esas indecentes horas he tenido que lidiar con ellas. Y parece que me estoy yendo del tema principal pero, como un mago o el mangaka de once piece, vuelvo al comienzo, porque como había dicho antiguamente las cabidades eran más grandes. Y claro, si sumamos que años atrás había muchas más cucarachas a que los agujeros eran más grandes, a que yo vivía en el último piso de un edificio, te puedes imaginar la que se podía liar. Y claro, cuando eres pobre es como si fueras rico pero al contrario: tienes la peor casa, las peores ventanas, las peores puertas, las peores paredes, los peores muebles, las peores cocinas, los peores baños y las peores cabidades. Esto es un cóctel mólotov de manual, un enfrentamiento de los mayores que se han llevado a cabo por parte de la humanidad. Recordemos que estuvimos a puntos de irnos a la mierda como especie por las putas ratas con la peste. Los putos roedores de los cojones estuvieron a punto de mandarnos a todos al loby. Cómo demonios no podéis odiar a los roedores, cómo podéis tener esas mascotas en casa si literalmente han matado a más personas que Hitler... En fin, volvamos al tema. Mi casa era literalmente una constante guerra con las cucarachas. Las americanas y las japonesas y las africanas y en realidad creo que estaban allí todas. Creo que se hizo viral que mi cocina era una absoluta mierda en sus redes sociales y cogieron todas un vuelo hacia mis cojones. Es que era, literalmente, una guerra. Si no recuerdo mal, al acto de ir por bien entrada a la noche a matar cucarachas, mi hermana y yo que, como decía Gata Cattana, el arte nace donde no hay nada más, bautizamos como "la cacería". También es muy probable que fuera idea de mi hermano mayor, como tantas otras muchas que consiguieron que mi infancia fuera especial, creativa y me haya traído hasta escribir estos textos. Y la cacería consistía en ir a la cocina a las tantas armados con zapatillas y spray insecticida del mercadona para matar al mayor número de cucarachas posibles. Y enttre muchas pequeñitas americanas, con cierta perioricidad aparecía también una grande. Aunque pueda sonar cruel, resultaba divertido, porque si algo nos enseña call of duty es que correr y matar a alguien a 50 metros con una spas-12 es divertido, y también entiéndame, que ahora viene el segundo punto que es, quizá, el más desesperante.

El mayor problema de que se cuelen cucarachas por tu cocina siendo pobre es que se pueden colar por cualquier sitio. Y ya no hablo de método de entrada, que también, sino que de nido. Porque las cucarachas, como buenos invertebrados que son, pueden meterse en cuaquier lugar, pero sitios de lo más imaginativos: huecos en la paredes, huecos en el suelo, en la pila, dentro de las puertas, dentro de los enchufes, en cualquier electrodoméstico, dentro del microondas, detrás de la nevera, debajo de la nevera, en las gomas de la nevera, dentro de la nevera, en las estanterías, en la despensa, dentro de los cereales, dentro de la lata que te has dejado abierta sobre la mesita quince minutos, en la bolsa de las papas... Y sabes lo humillante que es tener que guardar los cereales dentro de la nevera para que no se metan ahí dentro en busca de azúcar, o dejarte una lata abierta ir a beber y que una muerta se te meta en la boca, o tener que ir revisando paredes y techos cuando vas al baño para no encontrarte ninguna grande que te aterre. Sabes lo desesperante que es orinar mientras matas cucarachas. Sabes lo desesperanta que es darte una ducha con miedo de que las que corretean por el techo te caigan encima. Mi madre me decía que odiaba a la familia por ser pobre, y yo supongo que decía que no, pero claro que odiaba a la familia por ser pobre, la odiaba a rabiar, si hubiese nacido con un grado bastante más alto de psicosis y hubiese tenido una katana en casa probablemente me los habría cargado a todos para practicar un seppuku después. Si es que quien quiere un mundo donde vas a por un vaso de agua y te cae una cuaracha en la cara, tienes que lavar el vaso con lejía porque ha estado expuesto toda la noche, te lo dejas a la mitad y entra una en mitad de la noche... Qué ser humano quiere vivir en un mundo así o no se puede avergonzar profundamente de haber caído en tal desgracia. Si es que no podía venir nadie a casa por la culpa de la puta cocina y las putas cucarachas. Y no voy a hablar de la cocina o el baño porque evidentemente darían para un texto diez veces más largo que este. 

¿Y sabéis qué es lo mejor de lo mejor de lo mejor? Que mi madre tenía pánico a las curachas y además es asmática. Pero pánico nivel de ver una grande y entrar en shock, que le diera un ataque de ansiedad y que comenzara a ahogarse por culpa del asma. Además tiene una extraordinaria y envidiable capacidad para chillar de forma que te eriza todos los vellos de la piel. Así que imagínate la de veces que me desperté en mitad de la noche con un chillido de guerra y diez segundos más tarde estaba enfrentándome a una puta cucaracha gigantesca a la que, ovbiamente, yo también había desarrollado cierto pánico. Hoy en día el trauma no ha acabado, evidenmente sigo teniéndoles miedo a las cucarachas grandes aunque por movidas de la masculinidad frágil he tenido que fingir durante mucho tiempo. Porque, como comprenderás, estudiando en un colegio concertado católico tampoco era fácil reconocer delante de tus amigos que tu casa está atestada de curachas. Porque era gente que hacía la comunión, man, que recibían regalos de cientos de euros, que se gastaban un dineral en las fotos, los trajes y atrezo y se iban al Palmar en coche  a hacerse fotos y comer platos de paella. Y ojo, no estoy diciendo que fueran ricos ni nada por el estilo, generalmente era clase media acomodada a las que las crisis de los cuarenta y la crisis del dos mil ocho se llevó a más de una por delante. Y seguro que habría más de un chaval en una situación igual o peor que la mía. O quizá no. Pero bueno, lo evidente era que no podía revelar este secreto. Secreto gritado a voces. Porque hay una anécdota que viví como en primero de primaria, en la que estaba sentado al lado de Penélope, y digo Penélope porque fue Penélope y no Sara, por ejemplo, que, sentada junto a mí en la última fila, charlamosy me reveló que en su madre a veces le cogía dinero de la paga, a lo que lo le expliqué que quizá era porque no llegaba a final de mes, a lo que ella, sin dudar un solo segundo, respondió: mi familia no es como la tuya.
Y para qué voy a mentir, Penélope, aunque te he guardado un poco de odio durante toda nuestra existencia, injustamente, y sin nunca revelárselo a nadie, tenías toda la razón del mundo. Así que, entendiendo que teníamos seis años, que tenías razón y que encima lo dijiste con una maldad que no se le puede atribuir a un niño, acepto tus disculpas. Aunque por lo que estarás imaginando si diecinueve años después lo sigo recordando incluso cuando solo teníamos séis años, el trauma fue grande.

Pero bueno, ya estoy en paz con el universo y ya no me enrojece reconocer todo esto porque la moraleja que me ha dejado la vida es bien grande. Ahora estoy más cómodo hablando con adultos que con personas de mi edad, mi estanterías es extensa y como puedes observar sé expresarme incluso mejor que la gran mayoría. No me enorgullezco de haber sido pobre, veo que tengo un pastillero con veinticinco años y que no puedo dormir sin medicación y la verdad es que no me siento para nada orgulloso. Además en mi país hay que correr el doble para llegar al mismo lugar, como en el de Alicia, y una depresión que pillé siendo un adolescente destruyó mi vida por todos los lados. Y aunque cuando era un adolescente alardeaba de casi cualquier cosa, en realidad eran tapones para tapar cabidades en el corazón por las que podría haber pasado perfectamente un metro. Y he sido malo, pero malo de villano de Marvel, de hacer daño para autodestruirme y atacar lo que más he querido. He sido malo hasta odiarme hasta puntos por los que no debería transitar ningún ser humano. Pero todo a esto ha servido para que, aunque llegue un poco más tarde a todo, también llego más cuerdo. Y también ha servido para que mientras todos se matan por unos euros más, a mí ya no me importe el dinero. Ha servido para que diecinueve años más tarde pueda abrir heridas tan profundas sin aras de quedarme exangüe. He llegado y estoy llegando, que es más incluso de lo que otras personas no han logrado en vidas enteras. Llegando mal, evidentemente, y tarde, y lleno de barro y sangre, con algún miembro amputado y sin muchas ganas de casi nada, pero estoy llegando.

Así que finalmente estudié cómo eliminar las cucarachas, ahorré y un día cuando me levantaba a las tantas y me calló un cucaracha en la cara, maldecí mi destino y me juré que nunca más volvería a ocurrir algo así. Trabajé, ahorré, pagué la reforma del baño y de la cocina y, al fin eliminando las oquedades, logré acabar con ellas. Pero acabar con ellas, como decía, como un villano de Marvel. Como Thanos, incluso, chasqueé los dedos y de un segundo hasta el siguiente desaparecieron todas y cada una de ellas. Las grandes, las pequeñas, las medianas. No había humedad, por lo que ya no podían alimentarse, y al no poder alimentarse, como los animales extremadamente avispados que son, se marcharon para no volver. Y esto, que para cualquiera otra familia habría supuesto un capítulo banal y trivial, para mí fue el capítulo final de una maldición que mi familia, que mi apellido, venía arrastrando durante incluso siglos. Siglos y siglos de pobreza sobre nuestras cabezas que provocaban que nos avergonzara que alguien vinese a nuestra casa. Desde ese día soy una persona totalmente distinta, quizá fue ese el momento que sentenció el inicio de un proceso de curación que casi está llegando a su final.

Hace cuatro años curé mi relación el alcohol.  En Marzo dejé el trabajo para estudiar en la universidad y así cumplir un sueño y mejorar mi calidad de vida. El 24 de mayo me confesé con mi psiquiatra y me diagnosticaron una depresión. Ayer hice las paces con mi padre y, una vez curada la herida, le pedí recuperar nuestra relación. No puedo decir que soy Buda, como todo en esta vida, no hay blancos y negros sino matices y grises. La medicación para el insomnio y la depresión de hace subir de peso y me la doblaron. Todavía soy malo escribiendo y no consigo vender un puto libro. Además me da miedo volver a estudiar y me falta confianza en ese sentido. Pero aunque no sea Buda sí que estoy bastante cerca de lograrlo. Hoy puedo decir que soy feliz.


Espero que hayáis disfrutado esta historia sobre cómo las cucarachas me hcieron artista que al final no viene a ser más que una sucesión de traumas infantiles y la explicación de por qué mi familia siempre fue distinta al resto. Compren mis libros, no todos y no muchos, pero sí uno de vez en cuando. Gracias por leerme.


Johnny Rodríguez