domingo, 5 de agosto de 2018

Woodkid


Capítulo 1.


Sí, cierto, casi lo olvido. Quizá pueda parecer raro ver a alguien verter una lata de cerveza sobre una lápida. Sin embargo creo que nadie podría reprochármelo. Recuerdo que todo lo solucionaba con una cerveza. Cuando mi madre murió, dijo: ‘’Vámonos al campo a tomarnos una cerveza’’. Fuimos a una cala perdida y allí, tomándonos unas latas, mirando un cielo tan estrellado que parecía absurdo, perdía la virginidad y entendí que lo mejor después de salir de una mujer es entrar en otra.

Creo que me estoy mareando. No es propio de mí sentarme al lado de otra persona en un momento de intimidad imperturbable. Inconscientemente me disculpo. Inconscientemente me disculpo a diario. Creo, en la cabeza de los que me rodean, la innecesaria duda de si he hecho algo mal. Algunos asienten, otros las aceptan, en su gran mayoría hacen como si no me hubiesen escuchado. O eso supongo injustamente.
Mi acompañante simplemente asiente con la cabeza y da la ligera sensación de que emite un gruñido imperceptible. Saco otra cerveza de la bolsa de plástico y la coloco sobre mi frente.  Presiono la lata para que, por ósmosis, equilibrio térmico o un rito chamánico invocatruenos, el frío atraviese mi cráneo y enfríe -aunque sea por unos segundos- mi cerebro. Como uno de esos modders que rocían su ordenador con nitrógeno líquido para aumentar la frecuencia del procesador.
Creo que mi cerebro siempre está unos grados por encima del resto. En serio, los pequeños momentos que he tenido de lucidez han sido extremadamente trascendentales para mi vida, sin embargo el noventa y nueve coma treinta y seis por ciento restante estoy como aturdido. Y no me gusta cuando callo porque estoy como ausente, porque realmente lo estoy. A poco que creo que se dirigen a mí suelto un ‘’¿qué?” espasmático y trato de reincorporarme inútilmente a una conversación en potencia que fue. Es imposible nadar dos veces por el mismo río.

Solo se escucha el crepitar de los grillos y el canto monótono de la llama del cigarrillo, de mi improvisado compañero,  consumiéndose. Yo, empanado -una vez más-, me quedo mirándole involuntariamente e interpreta que quiero fumar. Me ofrece un cigarrillo. Hará quince años fumaba cuando cerveceaba en los bares con los amigos. Sin decir una sola palabra enciendo el cigarrillo y le ofrezco una cerveza. Intercambio de excedente de dos homínidos incapaces de comunicarse mientras contemplan impasiblemente un suceso que escapa a su entendimiento. Hemos retrocedido un millón de años en un par de minutos de agosto. Creo que todos retrocedemos un par de años en unos pocos minutos de agosto.


Realmente no hace falta decir nada. Nuestras miradas bailan un paso doble, y eso es suficiente para entender que nada de lo que podamos decir es suficiente. El silencio de muerte es tan estúpidamente denso que orbita alrededor de algún átomo de tu cerebro. Tratar de quitártelo de encima podría hacerte perder la cordura.

Capítulo 2.


El escándalo ha muerto. Es preocupante y conciliador al mismo tiempo. Recuerdo cuando la fachada de esta casucha se caía a pedazos tratando de aparentar que estaba deshabitada. Aún con todo eso la entrada principal estaba bloqueada y tenías que entrar por la parte trasera cruzando un jardín al que se accedía solamente saltando una valla bastante alta. Dentro estaba Iván, que si no te había hablado de él, era más aterrador que entrar en Silent Hill. Mucha gente habría preferido encontrarse un soso salvaje en el maletero de su coche que a Iván en un campo de centeno.
Todo en su cuerpo se ensanchaba un centímetro más de lo necesario y sus movimientos, debido a lo absurdo de las dimensiones de su cuerpo, se vuelven tan estrambóticos que incluso un paso suyo resulta amenazante.
La primera vez acudí con la promesa de encontrar a una estudiante de bellas artes. Decían que se tiraba a todo el mundo para un proyecto de la liberación sexual o algo así. Tenía sentido que hubiese acabado en un prostíbulo, pudiendo ganar dinero, ¿para qué hacerlo gratis? Quien me lo dijo era poco fiable, sin embargo por aquel entonces no me importaba. Aunque fuera ínfima la posibilidad, habría pagado cualquier cosa por colarme entre las piernas de aquella chica. No por nada y quizá por todo, no sé. Antes si quiera me lo había planteado, sin embargo cuando él me ofreció aquella posibilidad, abandoné la sala en mitad de una interesantísima clase sobre macroeconomía y fui directamente a la dirección que me había facilitado.

Salto la valla, ahora con más dificultades, eso sí, no es como si hubiera envejecido tanto, se trata de mi pierna que cojea un poco desde que me apuñalaron. Iván, ahora sentado en el suelo y jugueteando con un gato callejero, se reincorpora avergonzado y carraspea. Cuando se da cuenta de que soy yo, asiente ligeramente y continúa con su acometida. La primera vez me atendió una vieja de aspecto sospechoso, sin embargo ahora encuentro una joven distraída observando la pantalla de un ordenador. Cualquiera diría que se trata de un hotel. Tras decirle mi nombre, aporrea el teclado a la velocidad de la luz y, sin decir una sola palabra, asiente con la cabeza indicándome que puedo pasar.

Si no hubiese sido por la misteriosa sonrisa con la que me recibe, me habría costado mucho reconocer a Remi. Nunca antes había tenido el pelo tan largo, es más, juraría que se lo ha teñido. Incluso su delgadez ha cambiado. Antes era una delgadez insípida, raquítica. Ahora, su vestido ajustado deja ver que detrás de esa tela hay una muralla turgente que le ampara. Incluso me atrevería a decir que la cuenca de sus ojos es más grande. Quizá es el maquillaje.
Sinceramente me alegré cuando descubrí que lo de la estudiante de bellas artes era un mito. Me recibió Remi con una indiferencia preocupante. Pensé, incluso, que era su primera vez. Estoy seguro que si en aquel momento la hubiese encontrado tal y como es ahora, me habría intimidado. Por suerte o por desgracia, al cabo de pocos segundos relaja la expresión facial y vuelvo a ver en ella algo de esa desidia que desprendía quince años atrás. Realmente me siento mal por este comentario, pero creo que es injusto sentirme mal por lo que siento, así que mantendré el comentario y esperaré con ansias que San Pedro acepte mis disculpas.

Capítulo 3.


Tras quitarse las extensiones, cambiarse de ropa y, asegurarme que le gustaría enterrar esos malditos tacones -cosa que me reconforta-, observamos a los niños salir del colegio.

-¿Es ella?

No sé identificar si se refiere a la niña o a la madre.

-Es demasiado para ti -afirma tajante.

Se alejan cogidas de la mano y rodeadas de otros padres.

-Creo que debería ofenderme.

Ladea la cabeza mientras escudriña sus espaldas.

-Es su cadera. Menea el trasero como las olas del mar.

Capítulo 4.


Por muy alto que esté el rascacielos no se pueden ver las olas del mar. No importa lo alto que se construya, es imposible verlo desde aquí. Por eso me gusta especialmente esta habitación, a pesar de que no puedes ver el océano, tiene una pecera enorme. Un acuario innecesariamente grande que alguien mandó colocar aquí por alguna extraña razón. He preguntado miles de veces al personal del hotel y nadie sabe por qué hay un acuario en esta habitación.

-La primera vez que me trajiste aquí me impresionó, ¿sabes? -confiesa mientras se fuma un cigarro y mira a través de un ventanal tan desmedido que casi ocupa la pared entera-. No tenías reloj, coche o ropa cara. Estudiabas en una universidad del montón y ni siquiera usabas tarjeta de crédito. Sin embargo me trajiste aquí, bebimos alcohol de marcas que no sabía ni que existían y nos trataban como yo debía tratar al resto.
>> Ahora hay hoteles rodeando este, cada uno más grande que el anterior y he estado en todos y cada uno de ellos al menos una decena de veces. Ahora no hay hotel lo suficientemente alto que yo no pueda pagar.

-¿Ves ese pez con la cresta roja? -pregunto sin mostrar demasiado interés a su comentario-. La primera vez que vine medía una décima parte. Estaba seguro que uno más grande se lo comería a pesar que siempre supe que era el más listo de la clase. Le subestimé.
-¿Hay peces listos?
-Si no, ¿cómo explicas que haya sobrevivido?
-Quizá el resto no comen peces.

Por mucho que pasen los años sigue manteniendo esa seriedad tajante con la que cerciora su fé en el prójimo. Una fe que hace los discípulos se junten alrededor de ella y escuchen las parábolas de peces que no comen otros peces.

Capítulo 5.


-Es raro.
-¿Qué es raro?
-Me he excitado más al ver a tu mujer y a tu hija. ¿Debería sentirme mal?
-No sabría qué decirte.
-Háblame de ella.
-Tampoco sabría qué decirte.
Repite la orden.
-Creo que es realmente transparenté -sentencio tras masajearme las sienes con la punta de los dedos.
Carraspea.
-Creo que siempre ha sido uno de sus principales problemas. Puedes atravesarla alargando la mano, enrollar sus venas sobre tus propios dedos y crear un ovillo alrededor de estos palitos -hago rotar mi índice-. Y con el hilo que nos dan, tejemos cuando tejemos. Cuando quieres darte cuenta te has bordado un maravilloso jersey con sus venas y notas cómo su sangre avanza rápidamente por cada vello de tu piel. Es como si todo su cuerpo fuera moldeable, cosa que agradecen simpáticamente mis dedos cuando ejercen un poco de presión sobre su cadera y su carne se amolda a mi forma como si fuera un campo de espuma. Sin embargo…
-¿Sin embargo?
-No lo sé, simplemente no lo sé.
-Has dicho que eso es un problema.
-Creo que tratar de explicártelo me supera completamente. Necesitaría al menos doscientos cuarenta y séis años más para poder comprenderlo.
-Entonces cuéntame cómo os conocisteis.
-Hagamos una cosa, déjame contarte un cuento.
-¿Tiene algo que ver?
-Todo tiene algo que ver.

 Woodkid 1/2


-Érase una vez un niño. Bueno, en realidad creo que tengo que modernizarlo Borra esa imagen, rebobina un par de segundos, lo suficiente como para visualizar una pantalla en negro, pero no tanto como para volver a la habitación del hotel. Aparecen unas letras en la pantalla con una transición muy sobria: ‘’Basado en hechos reales’’. Ahora sí.
>>Érase una vez un niño cuya identidad no revelaremos para no incumplir la ley de protección de datos. Llamémosle Kid. Kid tenía una habilidad especial que fácilmente podría considerarse una maldición. Sus padres murieron en un accidente de…, ¿qué te gustaría?
-Tráfico -responde al instante -. Fueron de viaje a la India para celebrar su boda de plata, montaron en una elefanta que, tras ser asustada por un tucán gigantesco, se rebotó y les hizo caer partiéndoles el cuello en la caída.

>>De esa exacta forma fue como murieron ambos.
>>Saltémonos la parte en la que le pegaban y apartaban de pequeño porque no podía controlar sus poderes.
>>A poco que tuvo la mayoría de edad, abandonó el orfanato. Trató de encontrar trabajo, sin embargo con los estudios básicos le resultó demasiado difícil ganarse la vida. Sin posibilidad de trabajar par apagarse los estudios, cansado de no encontrar un lugar al que pertenecer, decidió usar su excentricidad para vivir una vida decente…

-¿Qué ocure?
-Lo siento, mea culpa. Cuando hago una pausa dramática es para que rellenes el hueco.
-Si lo haces tan seguido mata el ritmo.
-Disculpa, lo había visto en la tele en unos dibujos que ve mi hija y por alguna extraña razón había pensado que era buena idea.
-Tengo una anécdota horrible sobre eso…
-Pausa dramática… ¿Tengo que añadir algo?
-¡Oh, cuéntame qué pasó! -sobreactúa.
-¿Qué pasó? -interrogo de forma sobria.
-Un cliente me hizo vestirme de esos dibujos.
-¿De Dora?
-No, del mono.
-¿En serio?
-Sí… Ni siquiera me tocó. Ni una solo vez. Me hizo posar delante de él y decir tonterías mientras se masturbaba. Me pagó una fortuna.
-¿Por qué no contrató una actriz?
-Por la relación sujeto-objeto. Una actriz es sujeto, el público objeto. Una prostituta es objeto, Ya sea contratada para servir copas, bailar desnuda o disfrazarte de un mono..
-Ahora mismo… -dudo en formular la pregunta.
-Cuando estás con tu mujer o tu hija, ¿te preguntas quién es el sujeto u objeto?
Guardo silencio.
-Si nunca te he cobrado es por eso mismo. Siempre me ha dado la sensación que eres una persona muy densa. Apoco que junte contigo, aunque sea un solo dedo, estoy segura que ambos nos precipitaríamos a un abismo infinito.
-¿Soy más denso que un señor que te hace vestirte de un dibujo animado para masturbarse? -refunfuño de forma infantil.
-Ese señor, a la mañana siguiente es el CEO de la empresa que más cotiza en bolsa. Es tu jefe, el presidente, el padre de una familia modelo. Aquello a lo que millones de familias aspiran ser. Esas personas aligeran la carga de tantas personas que, si no hicieran al menos una noche, vestirse a una prostituta de Dora la exploradora, el mundo colapsaría a la mañana siguiente. Siempre tiene que existir cierto equilibrio en el barrio de la luz.

Woodkid 2/2


-¿Entonces su poder es algo así como hacer crecer plantas?
-No. Raíces, pétalos, troncos, pero es como si pudiera montarse una granja de girasoles.
-¿Crear madera? Troncos, cortezas y cosas así.
-Exacto.
-Perfecto, entonces será Woodkid.

>>Cuando fue capaz de controlar su poder, quiso hacerse algo asó como un jardinero freelance, sin embargo no tenía ni idea de cómo comenzar un negocio, así que entró en una empresa de leñadores. Allí aumentó tanto la productividad que al cabo de un par de meses fue noticia en todo el país. Poco tardó el sindicato de trabajadores en meter mano. Como la empresa se bastaba con un solo hombre para mantener y aumentar exponencialmente sus beneficios, al poco tiempo comenzaron las huelgas, reclamaciones, multas, juicios…  Al final se llegó a la conclusión de que Woodkid no podía seguir trabajando en el sector.

-Eso no tiene sentido.
-Dios, te ofrezco a mi hijo a cambio que despliegues el manto de la suspensión de la incredulidad sobre los infieles -digo con voz solemne.
-Abraham, por mucho que sacrifiques a tu hijo, he estudiado derecho.
-Los incrédulos habéis matado el cine, nos vais a joder también la literatura. U shall not pass!
Arquea una ceja, no ha pillado la referencia. Ha matado un arte sin saber si quiera que existe.

-Por razones que no quiero acordar, acabó despedido y el gremio consiguió, a través de triquiñuelas legales que parecen alfabeto egipcio a ojos de este humilde testigo, imposibilitar a Woodkid a volver a trabajar en el sector.

Parece molesta pero sigue prestando atención.

-Ya en su treintena, sin amigos ni familia, desesperado pues la ley que supuestamente vela por los desamparados le ha dejado sin amparo. Cansado de todo lo que le rodeaba, Woodkid se exilió a los bosques salvajes…

-¿Qué se supone que añada?
-Culpa mía. Colorín colorado…, ¡este cuento se ha acabado!
-¿¡Cómo!? -da un bote y se reincorpora sentándose sobre sus rodillas en la cama. -¡No puede ser!
-¿Por qué?
-¡Es horrible!
-Nadie dijo lo contrario.
-Las historias no funcionan así, es decepcionante.
Tiene toda la razón. Una línea dramática tan uniforme solo causa indiferencia y hastío, satura al espectador. Nunca he sabido escribir historias, no sé por qué he tratado de improvisar una.
-Se enamoró de una excursionista. Siguió su rastro, como si fuera una bestia salvaje, tropezó y calló por un acantilado. Se sujetó a un saliente durante tres días y tres noches, sin embargo al final comprendió que la fuerza de la naturaleza es superior e a la del hombre, o lago así, y entonces se descolgó y murió. Su cadáver estaba tan maltrecho que no sirvió ni para la ciencia.
>> La moraleja es que la vida moderna no hay cabida para el escándalo. Dios ha muerto.