viernes, 17 de febrero de 2017

Cada día

Se sienta ahí cada día, impasible, serio y con una mirada tan penetrante que parece atravesar todo aquello que se cruza con sus ojos. Parece que no respira, cuando inhala no se desplazan sus hombros ni un ápice y solamente exhala lacónicamente a través de suspiros tímidos. Lo que daría por poder poner mi cabeza contra su pecho y que su aliento recorra mi oreja demostrando así que, aunque leve, todavía queda en él un hálito de vida. Sus orgasmos también se transforman en suspiros, pero estos no significan nada para el aire que respira. No importa que bese su cuello, que frote su pene con mi lengua, que recorra el contorno de sus orejas con mis dedos, él sigue disfrutando silencioso, o eso quiero pensar. Es desesperante, a veces me gustaría estrangularlo hasta que saliesen lágrimas de sus ojos, rajar cada vena de mi cuerpo una y otra vez hasta que grite asustado por mi locura, decapitarme en frente de él y aprovechar esos cortos segundos en los que mi cabeza cae sobre la cama para ver su expresión horrorizada. Pienso en todo eso mientras disfruto de su sexo, pero antes de poder celebrar tan tétrico espectáculo, alcanzo el orgasmo y mi cuerpo cae rendido sobre la cama, gimiendo y retorciéndome por un placer que no cesa. Él simplemente se recuesta sobre un lado y mientras le acaricio la espalda se duerme. Me quedo observando su nuca durante horas, explorando cada rinconcito, cada músculo que intenta atravesar su piel, sus vértebras, su cabello que enreda las pelusas del jersey. Así permanezco durante horas intentando descifrar un mensaje que todavía no ha sido escrito, observando el mismo pictograma una y otra vez esperando Dios sabe qué. Finalmente caigo rendida por el hipnotizante aroma de ese fino sudor que avecina una pesadilla con la que solamente frunce el ceño. Pero solo me lo muestra cuando él quiere, cuando su sueño me necesita, lo más común es que ni siquiera se gira y al día siguiente al despertar se haya ido; y en la mañana, comos si no hubiese pasado un puto segundo, vuelve a estar sentado ahí.

Cada día me repito el mismo mantra, me juro que no volveré a practicar sexo con él porque me está consumiendo. Pero inevitablemente acabo abrazada a su cuerpo desnudo, sollozando al pensar que al día siguiente desaparezca. Nunca ocurre, mi pánico es irracional, pase lo que pase él siempre vuelve a sentarse en esa silla, pero cuando ladea la cabeza y mira por la ventana un sudor frío recorre mi espalda, intento gritar y mi voz suena muda. Es como si la luz que entra por la ventana le volviese etéreo y estuviese a punto de abducirlo. No importa el tiempo que pase, aunque me gradúe y transcurran veinte años, tendré la certeza de que él seguirá ahí sentado cada día, con su mirada triste. Me pregunto con qué sueña cada noche.

No hay comentarios:

Publicar un comentario