martes, 20 de diciembre de 2016

Irreparables

Si bien podía importarle demasiado cuando comenzaron, ya tirando hacia el final, cuando él ya ni siquiera suponía una sombra de sí mismo, ella no dudó en despojarlo de lo que más quería, de algún modo. Había perdido su puesto ventajoso, su condición intocable, y ante esta realidad, ante este descenso al mundo terrenal no pudo más que sentir impotencia y aturdimiento. Fue duro, sin duda, pero todavía lo fue más para ella, ver cómo todo aquello que habían construido se reducía a cenizas y todos miraban impasible, incluso acechando a que lo poco que quedaba se consumiera por completo. Era triste, desde luego, pero era la única forma de ser fiel a sí misma, de prevalecer sus principios, de volver a construirse como ya había hecho muchos años atrás. Si bien para él fue un destierro de lo más sagrado, para ella fue una vuelta a los orígenes. Quizá ese punto inicial era muy difuso y no podía distinguir exactamente dónde se encontraba, si sería mejor o peor que la situación actual, pero como una aventurera indomable cogió su mochila y con poco más de lo que le habría necesitado para sobrevivir, se dirigió hacia esa incógnita, hacia ese vórtice que bien podría encerrar su salvación o la pérdida completa del raciocinio. ¿Quién tenía la respuesta? El tiempo, el lamerse las heridas, el observarse al espejo y entender, al fin, que estaba completa otra vez, que estaba dispuesta a ceder su mitad, a regalarla, quizá con un poco más de prudencia, eso sí, y quizá también se mostraría un poco más reticente ante las caricias y los ‘’te quiero’’ que sin duda se habían devaluado, pero era inevitable, un paso más que la gran mayoría de personas tienen que dar si es que quieren sobrevivir en este desconcertante planeta.

¿Y qué sería de él? No paraba de imaginársele ordenando sus propias ideas, intentando tomar elecciones para el color de la camisa, dudando si debía contar un chiste o no porque era demasiado ofensivo. Pequeñitos detalles que habían quedado esquirlados en algún rinconcito de su memoria y que sin duda eran lo que más echaba de menos, porque sabían que no volverían, porque bien sabía que el código genético y las vivencias no pueden crear a dos personas iguales. Lloró más de una vez, volvieron sus inseguridades y esta vez las tenía que afrontar sola. No era fuerte e independiente como se había intentado convencer. Quizá sí que podía volverse fuerte, pero nadie nace así, no eran una protagonista de videojuego capaz de enfrentarse a cualquier adversidad con nada más que su cuerpo y su valor. Así no funcionan las personas, no. Casi se sentía culpable por sentirse vulnerable y desamparada, triste, sola, impaciente y descorazonada. Pero el simple hecho de pensar que él estaría sufriendo más, le reconfortaba; porque así como ella sí que vio el final llegar, él estaba totalmente cegado por el destello eterno de la comodidad. Pero ella no, era un alma inquieta, siempre queriendo más y más de lo que su pequeño corazoncito podía abarcar. Esa carrera para ver quién de los dos sucumbiría a la locura le motivaba, era ilógico, no quería saber nada de él, pero no podía evitar consultar sus redes sociales, su ruta, preguntar a sus amigos comunes… Una vez más quería ganar, quería convertirlo en una competición para ver quién de los dos conseguiría ser reparado antes. Sonreía cada vez que se le acercaba alguien ‘’He ganado’’, pensaba. Se sentía orgullosa de sí misma al comprobar que no solo podía volver a encontrar a otro compañero vital, si no que esta vez no se limitaba a un tipo de persona. Hombre, mujer, joven, adulto, ordenado, inteligente, independiente… de todo, absolutamente de todo. ¡Qué dicha tenía! Claro que no era el final, solo era el comienzo, encontrar a alguien nunca había sido tan fácil, era como si tras todos esos años en la oscuridad le hubiesen servido para revalorizar su amor. Dios mío, casi se había vuelto un lujo. No podía evitar probar a unos y otros, sentirse satisfecha con mil amores y predicarlo a los cuatro vientos reivindicando su nuevo estado de total libertad –y por qué no, para intentar hacerle sufrir un poco a él-. Toda esa maraña, no, tormenta de sentimientos se elevaban a su paso, como si el viento surgiera de la planta de sus pies y desordenara absolutamente todo a su paso. Y ella en el centro. Nunca se había sentido de esa forma, ya estaba preparada para iniciar una nueva etapa, ya estaba dispuesta a compartir otra vez su mitad. Cuando se enteró de que él también había reiniciado ese camino, se sintió un poco enfadada, como celosa. Su nueva compañera era… muy bonita, para qué mentir. Su mirada era cálida y sincera, probablemente alguien que perfectamente pegaba con él, incluso más que ella. Pero bueno… No importa, ahora los dos habían tomado sus caminos y ya se acercaban a eso que los adultos llaman’ ’madurez’’ pero que probablemente nadie sabe lo que es. Suspiró profundamente, una y otra vez, tantas como necesitó para expulsar todos aquellos pensamientos negativos que contaminaban su bonita y soleada mañana. Y lo consiguió, más que expulsarlos simplemente se olvidó de ellos, se volvieron lívidos y banales como si hubiesen perdido el gas tras haber sido agitados inconsecuentemente.

Pasaron los años y todo se volvió un leve rumor causado por las olas que si bien al comienzo eran gigantescas y monstruosas, se replegaban tímidas y mansas. Qué pequeño se vuelve todo cuando el tiempo nos regala la distancia. Los vientos habían descubierto una sólida fortaleza, antes enterrada por las dunas y ahora, en pleno otoño, mecía sus cabellos más largos y lisos; y esto era lo único que denotaba el paso del tiempo en ella. Paseaba jovial y divertida, pateando las hojas del suelo, absorbiendo ese aroma húmedo que avecinaba una lluvia fría y elegante. Cómo disfrutaba el ambiente de aquella nueva ciudad, sus callejones, su gente vivaracha, su juventud resplandeciente, sus edificios… Todo parecía recién estrenado en aquel lugar de ensueño, incluso su amor parecía renovado, y esta vez tenía todos los indicios de volverse un ‘’para siempre’’. ¡Qué felicidad! Le estaba yendo todo tan bien que casi se sentía culpable. Un trabajo con el que había soñado, pareja estable, una ciudad hermosa, amistades que consideraba familia, visiones de futuro… Solamente de pensar en ello le daban ganas de gritar y bailar en mitad de la calle. Entró en una cafetería bohemia, de esas en la que se toma el café mientras se lee un buen libro. Pidió un chocolate caliente y ojeo uno cuyo título le recordaba vagamente a tiempos lejanos. Alzó la mirada mientras pasaba páginas distraída y sus miradas se encontraron. Ambos quedaron amedrentados por un instante que se dilataba indefinidamente. La curvatura de sus labios se doblegaba indistintamente, alternando entre la sonrisa y la tristeza, se encontraba en un intervalo inestable, trémulo e indeciso. Eran sus manos finas sujetando las páginas del libro, su café oscuro, sus gafas caídas apoyadas mágicamente sobre la punta de su nariz, su ceño ligeramente fruncido marcando las arrugas sobre su frente, sus ojos dudosos, sus hoyuelos que tanto le gustaba besar. Ella se sentía extraña, no podía dar lugar y forma a toda esa amalgama espontánea de sentimientos. Él se sentía igual, quizá incluso un poco intimidado, como si tuviese miedo de algo que ella no lograba comprender. Quiso tranquilizarle con su mejor sonrisa, levantarse y darle un abrazo, pero las piernas no respondían, su cerebro estaba enviando mil respuestas aleatorias que se consumían por sus neuronas antes de llegar a los músculos. Colocó las manos sobre sus muslos, suspiró, contó hasta diez mentalmente con los ojos cerrados y entonces se levantó decidida. Cuando volvió a mirarle a los ojos, los tenía enrojecidos y finas lágrimas resbalaban sobre sus mejillas. Esa mirada le aterró, sabía que él no era de exteriorizar sus sentimientos de esa manera, cuando él lloraba era como si el mundo a su alrededor fuera a desmoronarse. Siempre se sintió así. Pero ahora no estaba ella para abrazarle, no. Había una niña pequeña que tiraba de la manga de su camisa, y una mujer dulce consolándole. Sus miradas quedaron petrificadas hasta que él consiguió dibujar una triste sonrisa en sus labios. Ella notó como las lágrimas mojaban sus labiost entonces comprendió algo esencial: las personas son irreparables.

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