Capítulo 1.
Sí, cierto, casi lo
olvido. Quizá pueda parecer raro ver a alguien verter una lata de cerveza sobre
una lápida. Sin embargo creo que nadie podría reprochármelo. Recuerdo que todo
lo solucionaba con una cerveza. Cuando mi madre murió, dijo: ‘’Vámonos al
campo a tomarnos una cerveza’’. Fuimos a una cala perdida y allí, tomándonos
unas latas, mirando un cielo tan estrellado que parecía absurdo, perdía la
virginidad y entendí que lo mejor después de salir de una mujer es entrar en
otra.
Creo que me estoy
mareando. No es propio de mí sentarme al lado de otra persona en un momento de
intimidad imperturbable. Inconscientemente me disculpo. Inconscientemente me
disculpo a diario. Creo, en la cabeza de los que me rodean, la innecesaria duda
de si he hecho algo mal. Algunos asienten, otros las aceptan, en su gran
mayoría hacen como si no me hubiesen escuchado. O eso supongo injustamente.
Mi acompañante
simplemente asiente con la cabeza y da la ligera sensación de que emite un
gruñido imperceptible. Saco otra cerveza de la bolsa de plástico y la coloco
sobre mi frente. Presiono la lata para
que, por ósmosis, equilibrio térmico o un rito chamánico invocatruenos, el frío
atraviese mi cráneo y enfríe -aunque sea por unos segundos- mi cerebro. Como uno
de esos modders que rocían su
ordenador con nitrógeno líquido para aumentar la frecuencia del procesador.
Creo que mi cerebro
siempre está unos grados por encima del resto. En serio, los pequeños momentos
que he tenido de lucidez han sido extremadamente trascendentales para mi vida,
sin embargo el noventa y nueve coma treinta y seis por ciento restante estoy
como aturdido. Y no me gusta cuando callo porque estoy como ausente, porque
realmente lo estoy. A poco que creo que se dirigen a mí suelto un ‘’¿qué?”
espasmático y trato de reincorporarme inútilmente a una conversación en
potencia que fue. Es imposible nadar dos veces por el mismo río.
Solo se escucha el
crepitar de los grillos y el canto monótono de la llama del cigarrillo, de mi
improvisado compañero, consumiéndose.
Yo, empanado -una vez más-, me quedo mirándole involuntariamente e interpreta
que quiero fumar. Me ofrece un cigarrillo. Hará quince años fumaba cuando
cerveceaba en los bares con los amigos. Sin decir una sola palabra enciendo el
cigarrillo y le ofrezco una cerveza. Intercambio de excedente de dos homínidos
incapaces de comunicarse mientras contemplan impasiblemente un suceso que
escapa a su entendimiento. Hemos retrocedido un millón de años en un par de
minutos de agosto. Creo que todos retrocedemos un par de años en unos pocos
minutos de agosto.
Realmente no hace
falta decir nada. Nuestras miradas bailan un paso doble, y eso es suficiente
para entender que nada de lo que podamos decir es suficiente. El silencio de
muerte es tan estúpidamente denso que orbita alrededor de algún átomo de tu
cerebro. Tratar de quitártelo de encima podría hacerte perder la cordura.
Capítulo 2.
El escándalo ha
muerto. Es preocupante y conciliador al mismo tiempo. Recuerdo cuando la
fachada de esta casucha se caía a pedazos tratando de aparentar que estaba
deshabitada. Aún con todo eso la entrada principal estaba bloqueada y tenías
que entrar por la parte trasera cruzando un jardín al que se accedía solamente
saltando una valla bastante alta. Dentro estaba Iván, que si no te había
hablado de él, era más aterrador que entrar en Silent Hill. Mucha gente habría
preferido encontrarse un soso salvaje en el maletero de su coche que a Iván en
un campo de centeno.
Todo en su cuerpo se
ensanchaba un centímetro más de lo necesario y sus movimientos, debido a lo
absurdo de las dimensiones de su cuerpo, se vuelven tan estrambóticos que
incluso un paso suyo resulta amenazante.
La primera vez acudí
con la promesa de encontrar a una estudiante de bellas artes. Decían que se
tiraba a todo el mundo para un proyecto de la liberación sexual o algo así.
Tenía sentido que hubiese acabado en un prostíbulo, pudiendo ganar dinero, ¿para
qué hacerlo gratis? Quien me lo dijo era poco fiable, sin embargo por aquel
entonces no me importaba. Aunque fuera ínfima la posibilidad, habría pagado
cualquier cosa por colarme entre las piernas de aquella chica. No por nada y
quizá por todo, no sé. Antes si quiera me lo había planteado, sin embargo
cuando él me ofreció aquella posibilidad, abandoné la sala en mitad de una
interesantísima clase sobre macroeconomía y fui directamente a la dirección que
me había facilitado.
Salto la valla, ahora
con más dificultades, eso sí, no es como si hubiera envejecido tanto, se trata
de mi pierna que cojea un poco desde que me apuñalaron. Iván, ahora sentado en
el suelo y jugueteando con un gato callejero, se reincorpora avergonzado y
carraspea. Cuando se da cuenta de que soy yo, asiente ligeramente y continúa
con su acometida. La primera vez me atendió una vieja de aspecto sospechoso,
sin embargo ahora encuentro una joven distraída observando la pantalla de un
ordenador. Cualquiera diría que se trata de un hotel. Tras decirle mi nombre,
aporrea el teclado a la velocidad de la luz y, sin decir una sola palabra,
asiente con la cabeza indicándome que puedo pasar.
Si no hubiese sido
por la misteriosa sonrisa con la que me recibe, me habría costado mucho
reconocer a Remi. Nunca antes había tenido el pelo tan largo, es más, juraría
que se lo ha teñido. Incluso su delgadez ha cambiado. Antes era una delgadez
insípida, raquítica. Ahora, su vestido ajustado deja ver que detrás de esa tela
hay una muralla turgente que le ampara. Incluso me atrevería a decir que la
cuenca de sus ojos es más grande. Quizá es el maquillaje.
Sinceramente me
alegré cuando descubrí que lo de la estudiante de bellas artes era un mito. Me
recibió Remi con una indiferencia preocupante. Pensé, incluso, que era su
primera vez. Estoy seguro que si en aquel momento la hubiese encontrado tal y
como es ahora, me habría intimidado. Por suerte o por desgracia, al cabo de
pocos segundos relaja la expresión facial y vuelvo a ver en ella algo de esa
desidia que desprendía quince años atrás. Realmente me siento mal por este
comentario, pero creo que es injusto sentirme mal por lo que siento, así que
mantendré el comentario y esperaré con ansias que San Pedro acepte mis
disculpas.
Capítulo 3.
Tras quitarse las
extensiones, cambiarse de ropa y, asegurarme que le gustaría enterrar esos
malditos tacones -cosa que me reconforta-, observamos a los niños salir del
colegio.
-¿Es ella?
No sé identificar si
se refiere a la niña o a la madre.
-Es demasiado para ti
-afirma tajante.
Se alejan cogidas de
la mano y rodeadas de otros padres.
-Creo que debería ofenderme.
Ladea la cabeza
mientras escudriña sus espaldas.
-Es su cadera. Menea
el trasero como las olas del mar.
Capítulo 4.
Por muy alto que esté
el rascacielos no se pueden ver las olas del mar. No importa lo alto que se
construya, es imposible verlo desde aquí. Por eso me gusta especialmente esta
habitación, a pesar de que no puedes ver el océano, tiene una pecera enorme. Un
acuario innecesariamente grande que alguien mandó colocar aquí por alguna
extraña razón. He preguntado miles de veces al personal del hotel y nadie sabe
por qué hay un acuario en esta habitación.
-La primera vez que
me trajiste aquí me impresionó, ¿sabes? -confiesa mientras se fuma un cigarro y
mira a través de un ventanal tan desmedido que casi ocupa la pared entera-. No
tenías reloj, coche o ropa cara. Estudiabas en una universidad del montón y ni
siquiera usabas tarjeta de crédito. Sin embargo me trajiste aquí, bebimos alcohol
de marcas que no sabía ni que existían y nos trataban como yo debía tratar al
resto.
>> Ahora hay hoteles
rodeando este, cada uno más grande que el anterior y he estado en todos y cada
uno de ellos al menos una decena de veces. Ahora no hay hotel lo
suficientemente alto que yo no pueda pagar.
-¿Ves ese pez con la
cresta roja? -pregunto sin mostrar demasiado interés a su comentario-. La
primera vez que vine medía una décima parte. Estaba seguro que uno más grande
se lo comería a pesar que siempre supe que era el más listo de la clase. Le
subestimé.
-¿Hay peces listos?
-Si no, ¿cómo
explicas que haya sobrevivido?
-Quizá el resto no
comen peces.
Por mucho que pasen
los años sigue manteniendo esa seriedad tajante con la que cerciora su fé en el
prójimo. Una fe que hace los discípulos se junten alrededor de ella y escuchen
las parábolas de peces que no comen otros peces.
Capítulo 5.
-Es raro.
-¿Qué es raro?
-Me he excitado más
al ver a tu mujer y a tu hija. ¿Debería sentirme mal?
-No sabría qué
decirte.
-Háblame de ella.
-Tampoco sabría qué
decirte.
Repite la orden.
-Creo que es
realmente transparenté -sentencio tras masajearme las sienes con la punta de
los dedos.
Carraspea.
-Creo que siempre ha
sido uno de sus principales problemas. Puedes atravesarla alargando la mano, enrollar
sus venas sobre tus propios dedos y crear un ovillo alrededor de estos palitos
-hago rotar mi índice-. Y con el hilo que nos dan, tejemos cuando tejemos.
Cuando quieres darte cuenta te has bordado un maravilloso jersey con sus venas
y notas cómo su sangre avanza rápidamente por cada vello de tu piel. Es como si
todo su cuerpo fuera moldeable, cosa que agradecen simpáticamente mis dedos
cuando ejercen un poco de presión sobre su cadera y su carne se amolda a mi
forma como si fuera un campo de espuma. Sin embargo…
-¿Sin embargo?
-No lo sé,
simplemente no lo sé.
-Has dicho que eso es
un problema.
-Creo que tratar de
explicártelo me supera completamente. Necesitaría al menos doscientos cuarenta
y séis años más para poder comprenderlo.
-Entonces cuéntame
cómo os conocisteis.
-Hagamos una cosa,
déjame contarte un cuento.
-¿Tiene algo que ver?
-Todo tiene algo que
ver.
Woodkid 1/2
-Érase una vez un
niño. Bueno, en realidad creo que tengo que modernizarlo Borra esa imagen,
rebobina un par de segundos, lo suficiente como para visualizar una pantalla en
negro, pero no tanto como para volver a la habitación del hotel. Aparecen unas
letras en la pantalla con una transición muy sobria: ‘’Basado en hechos
reales’’. Ahora sí.
>>Érase una vez
un niño cuya identidad no revelaremos para no incumplir la ley de protección de
datos. Llamémosle Kid. Kid tenía una habilidad especial que fácilmente podría
considerarse una maldición. Sus padres murieron en un accidente de…, ¿qué te
gustaría?
-Tráfico -responde al
instante -. Fueron de viaje a la India para celebrar su boda de plata, montaron
en una elefanta que, tras ser asustada por un tucán gigantesco, se rebotó y les
hizo caer partiéndoles el cuello en la caída.
>>De esa exacta
forma fue como murieron ambos.
>>Saltémonos la
parte en la que le pegaban y apartaban de pequeño porque no podía controlar sus
poderes.
>>A poco que
tuvo la mayoría de edad, abandonó el orfanato. Trató de encontrar trabajo, sin
embargo con los estudios básicos le resultó demasiado difícil ganarse la vida.
Sin posibilidad de trabajar par apagarse los estudios, cansado de no encontrar
un lugar al que pertenecer, decidió usar su excentricidad para vivir una vida
decente…
-¿Qué ocure?
-Lo siento, mea
culpa. Cuando hago una pausa dramática es para que rellenes el hueco.
-Si lo haces tan
seguido mata el ritmo.
-Disculpa, lo había
visto en la tele en unos dibujos que ve mi hija y por alguna extraña razón
había pensado que era buena idea.
-Tengo una anécdota
horrible sobre eso…
-Pausa dramática…
¿Tengo que añadir algo?
-¡Oh, cuéntame qué
pasó! -sobreactúa.
-¿Qué pasó?
-interrogo de forma sobria.
-Un cliente me hizo
vestirme de esos dibujos.
-¿De Dora?
-No, del mono.
-¿En serio?
-Sí… Ni siquiera me
tocó. Ni una solo vez. Me hizo posar delante de él y decir tonterías mientras
se masturbaba. Me pagó una fortuna.
-¿Por qué no contrató
una actriz?
-Por la relación
sujeto-objeto. Una actriz es sujeto, el público objeto. Una prostituta es
objeto, Ya sea contratada para servir copas, bailar desnuda o disfrazarte de un
mono..
-Ahora mismo… -dudo
en formular la pregunta.
-Cuando estás con tu
mujer o tu hija, ¿te preguntas quién es el sujeto u objeto?
Guardo silencio.
-Si nunca te he
cobrado es por eso mismo. Siempre me ha dado la sensación que eres una persona
muy densa. Apoco que junte contigo, aunque sea un solo dedo, estoy segura que
ambos nos precipitaríamos a un abismo infinito.
-¿Soy más denso que
un señor que te hace vestirte de un dibujo animado para masturbarse? -refunfuño
de forma infantil.
-Ese señor, a la
mañana siguiente es el CEO de la empresa que más cotiza en bolsa. Es tu jefe,
el presidente, el padre de una familia modelo. Aquello a lo que millones de
familias aspiran ser. Esas personas aligeran la carga de tantas personas que,
si no hicieran al menos una noche, vestirse a una prostituta de Dora la
exploradora, el mundo colapsaría a la mañana siguiente. Siempre tiene que
existir cierto equilibrio en el barrio de la luz.
Woodkid 2/2
-¿Entonces su poder
es algo así como hacer crecer plantas?
-No. Raíces, pétalos,
troncos, pero es como si pudiera montarse una granja de girasoles.
-¿Crear madera?
Troncos, cortezas y cosas así.
-Exacto.
-Perfecto, entonces
será Woodkid.
>>Cuando fue
capaz de controlar su poder, quiso hacerse algo asó como un jardinero
freelance, sin embargo no tenía ni idea de cómo comenzar un negocio, así que
entró en una empresa de leñadores. Allí aumentó tanto la productividad que al
cabo de un par de meses fue noticia en todo el país. Poco tardó el sindicato de
trabajadores en meter mano. Como la empresa se bastaba con un solo hombre para mantener
y aumentar exponencialmente sus beneficios, al poco tiempo comenzaron las
huelgas, reclamaciones, multas, juicios…
Al final se llegó a la conclusión de que Woodkid no podía seguir
trabajando en el sector.
-Eso no tiene
sentido.
-Dios, te ofrezco a
mi hijo a cambio que despliegues el manto de la suspensión de la incredulidad
sobre los infieles -digo con voz solemne.
-Abraham, por mucho
que sacrifiques a tu hijo, he estudiado derecho.
-Los incrédulos
habéis matado el cine, nos vais a joder también la literatura. U shall not
pass!
Arquea una ceja, no
ha pillado la referencia. Ha matado un arte sin saber si quiera que existe.
-Por razones que no
quiero acordar, acabó despedido y el gremio consiguió, a través de triquiñuelas
legales que parecen alfabeto egipcio a ojos de este humilde testigo,
imposibilitar a Woodkid a volver a trabajar en el sector.
Parece molesta pero
sigue prestando atención.
-Ya en su treintena,
sin amigos ni familia, desesperado pues la ley que supuestamente vela por los
desamparados le ha dejado sin amparo. Cansado de todo lo que le rodeaba,
Woodkid se exilió a los bosques salvajes…
-¿Qué se supone que
añada?
-Culpa mía. Colorín
colorado…, ¡este cuento se ha acabado!
-¿¡Cómo!? -da un bote
y se reincorpora sentándose sobre sus rodillas en la cama. -¡No puede ser!
-¿Por qué?
-¡Es horrible!
-Nadie dijo lo
contrario.
-Las historias no
funcionan así, es decepcionante.
Tiene toda la razón.
Una línea dramática tan uniforme solo causa indiferencia y hastío, satura al
espectador. Nunca he sabido escribir historias, no sé por qué he tratado de
improvisar una.
-Se enamoró de una
excursionista. Siguió su rastro, como si fuera una bestia salvaje, tropezó y
calló por un acantilado. Se sujetó a un saliente durante tres días y tres
noches, sin embargo al final comprendió que la fuerza de la naturaleza es
superior e a la del hombre, o lago así, y entonces se descolgó y murió. Su
cadáver estaba tan maltrecho que no sirvió ni para la ciencia.
>> La moraleja
es que la vida moderna no hay cabida para el escándalo. Dios ha muerto.