sábado, 7 de abril de 2018

Guardián entre el centeno

No me sorprende nada.
Ni esa tarde de abril, rojo azabache, que brilla solamente por encima de mis párpados.
Ni los humanos devorándose los unos a los otros en ese punto flaco que es la espalda.
Ni esa miríada de miradas que me acechan, que es bien conocido que no existen.

Todo tiene un nombre.
Rendidos ante la ciencia, aquello que escapa de nuestras manos no existe.
Esas historias de Verne son relegadas a unos pocos afortunados
mientras el resto ve, impasible, cómo el ciclo de día y noche se reduce a jornadas de ocho horas.

Qué demonios queda.
El destino de Taneda se impone como un mantra que suena cada mañana a las siete.
Tener que lidiar con tal felonía a sabiendas que allende la frontera norte-sur, este-oeste,
con ventanas con vistas al mal, se encuentra la dádiva salvífica que solamente rozo con mis dedos.

Quiero ser vuestro guardián entre el centeno, pero antes tengo que salvarme a mí mismo.

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