miércoles, 20 de febrero de 2019

Centrípeta

Me acaba de mirar con ojos tan perezosos
que es como si el mundo cayera sobre el mundo.
Sin oxígeno, esperando la muerte dulce,
el dolor fantasma se asoma desde la encimera
y no comprendo por qué siendo ciego duele lo incoloro.

Los segundos fueron tenaces y , ¿cuántos de ellos hicieron manada?
porque entre suspiro y suspiro se vuelan las motas
de polvo que cubren telas de entrañas.
La rima burda bostezos empaña
entre cristal, y un millar de legañas.
Nadie me asombra, nadie se engaña
en esta maraña de lunes y faldas.

Pienso que quizá y solo quizá,
tal vez, sería posible...,
si tan solo aunque fuera un segundo
durante el instante que envuelve la desidia
el cáncer devorara mis entrañas
o el cuchillo de las tostadas se colara en tu pupila
y yo arrastrando tu cadáver por la arena
y enterrándolo en el cielo,
quizá en su mirada despertaría algo.

Suspiro, asiento y me disculpo. Ella se extraña.
-Más vale maña, no hay razón para disculparse pero habrá.
Algo habré hecho mal, supongo.
De tanto en tanto, pero no como para que aguantes tu cráneo
como si orbitasen alrededor de ti los suspiros,
como si fuera tan pesado que curvara tu cabello
y el futuro quedara enmarañando en la añagaza.
Como para que no escuches lo que no ha de ser escuchado,
para que la irrelevancia se vuelva irrelevante
y en esa danza donde se espera a que el otro calle par hablar,
subiendo mi perorata a la nube o la nave del olvido,
cuando llegue tu turno del duelo te rindas por ausencia...,
porque no me gusta cuando callas porque estás como ausente
y si tú no te vas a disculpar, entiendo que es mi culpa.



The Stanley Parable

Debe existir...

Hay una oficina que guarda el resto de oficinas.
No a sí misma, pues se volvería totalmente hermética
y no podría acceder a la domótica,
la cual cortejo subiendo parámetros como la transmitancia térmica o las gónadas.

Con una escopeta de Amazon habría disparado a quemarropa,
a esa bóveda celeste disparada a quemarropa.
Al final del día la culpa sigue siendo suya porque tengo cuanto antojo
y aunque nadie se moja, llego borracho a casa
y le reviento el cráneo contra el suelo.

La domótica pulso cuando el corazón se enfría
y se calienta a base de equilibrio térmico.
O algo así. O Dios. O algo así. O un enjambre sobre la cerámica.
O algo así como que cuando Dios o la cerámica se enfrían
nieva sobre la ciudad inundando los sótanos donde caben los testigos a mares
y desde la misma oficina dreno el mar activando la cordura
y eso mismo recupero poco a poco advirtiéndome que la poesía se ha acabado.