viernes, 22 de abril de 2022

Lo siento

Esta es una carta abierta para todos a los que he hecho daño,
de aquí unos años cargué contra el mundo y contra mí mismo,
intenté llevarme a unos cuantos conmigo a la muerte
y suerte, que Dios fue piadoso
y cicatrices urdieron el plan maestro de un kamikaze
devorado por aves rapaces a pedazos.
Solo quedan pedazos y suerte,
porque el oso herido ataca dos veces
y de haber continuado el sendero de hiel y heces,
cuando hubiera llegado el juicio final, que es ya mismo,
servidor habría tenido lo que merece,
que es justo y no me escudo,
pero es doloroso subir la roca cien miles de veces.

Lo he pensado unas cuantas millones de veces
y no hay excusa, ni la busco,
no hay perdones, ni los quiero,
quedamos unos pocos en el barco pesquero
y echamos las redes y a veces los peces se quedan,
y charlamos, y se enredan,
y los amo, mi condena,
porque todavía hay gente buena
que oportunidades injustas regalan
porque no conocen a mi antaño
ni las cientos de miles de almas que he matado.

Y qué debería hacer, me pregunto,
porque no merezco nada de lo que tengo
y sin embargo la soledad alarga mi sombra
y todavía quedan tintes, supongo.
Estoy seguro de que en cualquier momento volverán
y devorarán todo a su paso,
y matarán a unos y otros hasta que me quede solo,
y el canto de alondra, de risas y fuentes,
de mentes serenas, de penas lejanas,
de panas y tardes plácidas,
se convertirán en el mar de dudas y calamidades
y máquinas tratando de conquistar
la tortura y las ganas de irme del todo.

Todo, todo, y todo tendiendo de un hilo.
Es insoportable.
Es totalmente insoportable.
El sopor acecha tras cada esquina
y cualquier hálito de vida se torna insoportable.
Y yo, danzando entre sables,
trato de disculparme, acabo hablando de mí mismo.
Pero aquí estamos, dando la cara al borde del abismo,
abriéndome desde dentro y siendo sincero,
mostrando todos los ceros,
reconociendo el alcoholismo,
mirándome en el espejo,
pidiendo disculpas a todos, a cientos, a tantos...


Al final esto es algo con lo que voy a tener que lidiar toda la vida. Da miedo conocer tu peor versión porque sabes que existe y que en cualquier momento puede volver a aparecer. Sin embargo hace ya muchos años que estoy en el camino de la virtud y me he alejado de todo aquello que nos hacía daño. Llevaré cuatro o cinco años sin embriagarme, que son los mismos que he estado embriagado, por lo que la cuenta queda a cero. Sin embargo son muchos a los que me he llevado metafóricamente por delante y estoy seguro que más de uno me guarda rencor por aquella época. A todos estos mis más sinceras disculpas, sin embargo buscar la sombra de una sombra de una sombra lejana, no beneficia a nadie. Y estas palabras van para mí mismo que, probablemente, soy el que mayor rencor me guarda y este premio nunca nadie logrará arrebatármelo.

Me he cansado de buscar culpables, de culparme, me cansé de pedir ayuda y no encontrarla. Me cansé de todos y de mí mismo. Los que se han marchado que no vuelvan, porque me avergüenza profundamente que conozcan absolutamente todo sobre mí y yo no sepa nada sobre ellos. Y los que se quedaron, semejantes, sigámonos retozando este barrizal de heces que es la vida, porque es bastante divertido y además, como semejantes, nos conocemos profundamente los unos a los otros.

Y aunque esto es un adiós, una recisión unilateral del contrato, probablemente de la única parte que queda y se sigue atormentando, esto es para toda la vida. A veces recuerdo escenas vergonzosas o deplorables y me pongo a cantar. Hace unos pocos años que se instaló esta manía. Este dolor fantasma es permanente y estoy seguro de que independientemente de los años que pasen algunas tardes de Abril cantaré avergonzado. Supongo que el canto, de alondra, de risas y fuentes, de mentes serenas, de penas lejanas, de panas y tardes plácidas; es una defensa contra un dolor inabarcable e insoportable de cualquier otra forma. A los que se marcharon, canten cuando se acuerden de mí de la misma forma que yo canto cuando me acuerdo de vosotros.