martes, 20 de diciembre de 2016

Irreparables

Si bien podía importarle demasiado cuando comenzaron, ya tirando hacia el final, cuando él ya ni siquiera suponía una sombra de sí mismo, ella no dudó en despojarlo de lo que más quería, de algún modo. Había perdido su puesto ventajoso, su condición intocable, y ante esta realidad, ante este descenso al mundo terrenal no pudo más que sentir impotencia y aturdimiento. Fue duro, sin duda, pero todavía lo fue más para ella, ver cómo todo aquello que habían construido se reducía a cenizas y todos miraban impasible, incluso acechando a que lo poco que quedaba se consumiera por completo. Era triste, desde luego, pero era la única forma de ser fiel a sí misma, de prevalecer sus principios, de volver a construirse como ya había hecho muchos años atrás. Si bien para él fue un destierro de lo más sagrado, para ella fue una vuelta a los orígenes. Quizá ese punto inicial era muy difuso y no podía distinguir exactamente dónde se encontraba, si sería mejor o peor que la situación actual, pero como una aventurera indomable cogió su mochila y con poco más de lo que le habría necesitado para sobrevivir, se dirigió hacia esa incógnita, hacia ese vórtice que bien podría encerrar su salvación o la pérdida completa del raciocinio. ¿Quién tenía la respuesta? El tiempo, el lamerse las heridas, el observarse al espejo y entender, al fin, que estaba completa otra vez, que estaba dispuesta a ceder su mitad, a regalarla, quizá con un poco más de prudencia, eso sí, y quizá también se mostraría un poco más reticente ante las caricias y los ‘’te quiero’’ que sin duda se habían devaluado, pero era inevitable, un paso más que la gran mayoría de personas tienen que dar si es que quieren sobrevivir en este desconcertante planeta.

¿Y qué sería de él? No paraba de imaginársele ordenando sus propias ideas, intentando tomar elecciones para el color de la camisa, dudando si debía contar un chiste o no porque era demasiado ofensivo. Pequeñitos detalles que habían quedado esquirlados en algún rinconcito de su memoria y que sin duda eran lo que más echaba de menos, porque sabían que no volverían, porque bien sabía que el código genético y las vivencias no pueden crear a dos personas iguales. Lloró más de una vez, volvieron sus inseguridades y esta vez las tenía que afrontar sola. No era fuerte e independiente como se había intentado convencer. Quizá sí que podía volverse fuerte, pero nadie nace así, no eran una protagonista de videojuego capaz de enfrentarse a cualquier adversidad con nada más que su cuerpo y su valor. Así no funcionan las personas, no. Casi se sentía culpable por sentirse vulnerable y desamparada, triste, sola, impaciente y descorazonada. Pero el simple hecho de pensar que él estaría sufriendo más, le reconfortaba; porque así como ella sí que vio el final llegar, él estaba totalmente cegado por el destello eterno de la comodidad. Pero ella no, era un alma inquieta, siempre queriendo más y más de lo que su pequeño corazoncito podía abarcar. Esa carrera para ver quién de los dos sucumbiría a la locura le motivaba, era ilógico, no quería saber nada de él, pero no podía evitar consultar sus redes sociales, su ruta, preguntar a sus amigos comunes… Una vez más quería ganar, quería convertirlo en una competición para ver quién de los dos conseguiría ser reparado antes. Sonreía cada vez que se le acercaba alguien ‘’He ganado’’, pensaba. Se sentía orgullosa de sí misma al comprobar que no solo podía volver a encontrar a otro compañero vital, si no que esta vez no se limitaba a un tipo de persona. Hombre, mujer, joven, adulto, ordenado, inteligente, independiente… de todo, absolutamente de todo. ¡Qué dicha tenía! Claro que no era el final, solo era el comienzo, encontrar a alguien nunca había sido tan fácil, era como si tras todos esos años en la oscuridad le hubiesen servido para revalorizar su amor. Dios mío, casi se había vuelto un lujo. No podía evitar probar a unos y otros, sentirse satisfecha con mil amores y predicarlo a los cuatro vientos reivindicando su nuevo estado de total libertad –y por qué no, para intentar hacerle sufrir un poco a él-. Toda esa maraña, no, tormenta de sentimientos se elevaban a su paso, como si el viento surgiera de la planta de sus pies y desordenara absolutamente todo a su paso. Y ella en el centro. Nunca se había sentido de esa forma, ya estaba preparada para iniciar una nueva etapa, ya estaba dispuesta a compartir otra vez su mitad. Cuando se enteró de que él también había reiniciado ese camino, se sintió un poco enfadada, como celosa. Su nueva compañera era… muy bonita, para qué mentir. Su mirada era cálida y sincera, probablemente alguien que perfectamente pegaba con él, incluso más que ella. Pero bueno… No importa, ahora los dos habían tomado sus caminos y ya se acercaban a eso que los adultos llaman’ ’madurez’’ pero que probablemente nadie sabe lo que es. Suspiró profundamente, una y otra vez, tantas como necesitó para expulsar todos aquellos pensamientos negativos que contaminaban su bonita y soleada mañana. Y lo consiguió, más que expulsarlos simplemente se olvidó de ellos, se volvieron lívidos y banales como si hubiesen perdido el gas tras haber sido agitados inconsecuentemente.

Pasaron los años y todo se volvió un leve rumor causado por las olas que si bien al comienzo eran gigantescas y monstruosas, se replegaban tímidas y mansas. Qué pequeño se vuelve todo cuando el tiempo nos regala la distancia. Los vientos habían descubierto una sólida fortaleza, antes enterrada por las dunas y ahora, en pleno otoño, mecía sus cabellos más largos y lisos; y esto era lo único que denotaba el paso del tiempo en ella. Paseaba jovial y divertida, pateando las hojas del suelo, absorbiendo ese aroma húmedo que avecinaba una lluvia fría y elegante. Cómo disfrutaba el ambiente de aquella nueva ciudad, sus callejones, su gente vivaracha, su juventud resplandeciente, sus edificios… Todo parecía recién estrenado en aquel lugar de ensueño, incluso su amor parecía renovado, y esta vez tenía todos los indicios de volverse un ‘’para siempre’’. ¡Qué felicidad! Le estaba yendo todo tan bien que casi se sentía culpable. Un trabajo con el que había soñado, pareja estable, una ciudad hermosa, amistades que consideraba familia, visiones de futuro… Solamente de pensar en ello le daban ganas de gritar y bailar en mitad de la calle. Entró en una cafetería bohemia, de esas en la que se toma el café mientras se lee un buen libro. Pidió un chocolate caliente y ojeo uno cuyo título le recordaba vagamente a tiempos lejanos. Alzó la mirada mientras pasaba páginas distraída y sus miradas se encontraron. Ambos quedaron amedrentados por un instante que se dilataba indefinidamente. La curvatura de sus labios se doblegaba indistintamente, alternando entre la sonrisa y la tristeza, se encontraba en un intervalo inestable, trémulo e indeciso. Eran sus manos finas sujetando las páginas del libro, su café oscuro, sus gafas caídas apoyadas mágicamente sobre la punta de su nariz, su ceño ligeramente fruncido marcando las arrugas sobre su frente, sus ojos dudosos, sus hoyuelos que tanto le gustaba besar. Ella se sentía extraña, no podía dar lugar y forma a toda esa amalgama espontánea de sentimientos. Él se sentía igual, quizá incluso un poco intimidado, como si tuviese miedo de algo que ella no lograba comprender. Quiso tranquilizarle con su mejor sonrisa, levantarse y darle un abrazo, pero las piernas no respondían, su cerebro estaba enviando mil respuestas aleatorias que se consumían por sus neuronas antes de llegar a los músculos. Colocó las manos sobre sus muslos, suspiró, contó hasta diez mentalmente con los ojos cerrados y entonces se levantó decidida. Cuando volvió a mirarle a los ojos, los tenía enrojecidos y finas lágrimas resbalaban sobre sus mejillas. Esa mirada le aterró, sabía que él no era de exteriorizar sus sentimientos de esa manera, cuando él lloraba era como si el mundo a su alrededor fuera a desmoronarse. Siempre se sintió así. Pero ahora no estaba ella para abrazarle, no. Había una niña pequeña que tiraba de la manga de su camisa, y una mujer dulce consolándole. Sus miradas quedaron petrificadas hasta que él consiguió dibujar una triste sonrisa en sus labios. Ella notó como las lágrimas mojaban sus labiost entonces comprendió algo esencial: las personas son irreparables.

sábado, 17 de diciembre de 2016

Lo supe desde que te conocí

Supe que se volvería perfecta,
que solo era cuestión de tiempo,
que su tarde de Abril llegaría
y florecería.

Supe que yo me rompería
todavía más.
Que solo era el comienzo de un final programado.
Fuiste mi analgésico, mi límite, mi trono destronado.
Que nadie me creería si dijera que no quería hacerte daño.

Supe que traicionaría a esa criatura bella,
y no me oculté, hoy cargo con el oprobio,
con la sentencia justa, con todo este titánico peso
que indiferente a mi súplica retorna,
se replica en la noche y me sumerge en un mar de dudas y calamidades.
Pero siempre supe que tu Abril llegaría
y que cuando llegase, yo ya no estaría.

Supe que tu amor se volvería codicioso,
que ocioso encontraría en unos y otros
aquello que en el mío nunca hubo ni ha habido,
y que víctima de mi propio desprecio
arderían mis celos y gemiría envuelto en un llanto
que solo el más triste hombre ha escuchado.

Supe que el momento  llegaba, que cruzarías la línea,
que cada vez me alejaba más de la sombra que tú amabas
y que el punto de no retorno marcaba las nueve de esa misma mañana.

Supe que al final desistirías, que soy irreparable,
que te estaba contaminando.
Que podrías volver a amar
y que alguien bueno besaría tu sonrisa.

Y si lo supe todo desde el comienzo, ¿por qué demonios duele tanto?

jueves, 17 de noviembre de 2016

Narcisismo

Mi alma es como la desembocadura de un río,
un cajón desastre donde, arbitrariamente, retazos de recuerdos se acumulan.
Algunos se disuelven, otras deambulan.
Algunos estáticos, otros pululan.
Algunos me liberan, otros me anudan.

Mis recuerdos, cuya densidad es inevitablemente aleatoria,
se ensamblan en un enigmático sustrato
o intentan converger en la superficie de Dios sabe dónde.
Alguno en el vacío abisal se hunde,
donde la luz no alcanza, donde la oscuridad confunde,
donde mi memoria, verduga, mis penas difunde.

Mi cuerpo es como la vitrina de la indiferencia,
una evanescente presencia víctima del aburrimiento más pleno,
el retiro del suspiro sereno,
el vacío metafísico sempiterno,
de la amarga condescendencia, un triste cuaderno.

Mi amor es como el llano de una madre,
como la ira de un hombre sabio,
como la lacerante verdad de la dialéctica más incendiaria,
como el suspiro que esparce sus cabellos y desordena,
como la injusta condena,
como quien conquista el mundo y el frío le frena,
como quien solo extrae codicia del oro de mena.

Mis palabras son como la tarde de abril de Machado,
un viaje liviano y agradable de nubes y viento,
una flagelación eléctrica al propio escarmiento,
una alcohólica redención si miento,
al contrario de lo que alguien dijo, las mías no se les lleva el viento.

Mi cerebro es como una inmensa fábrica de hombres grises.
Mi voz, tañer de campanas que avecinan la muerte.
Mi sospecha, la herida del corazón  que no cicatriza.
Mis ojos, un mar de eternas dudas y calamidades.
Mis miedos, la sombra que no espera detrás de la puerta.

Yo soy todo lo que este poema quiso ser pero...


jueves, 8 de septiembre de 2016

Bon Iver


No te necesité esa noche,
no te necesité en ningún momento,
iba a tomarlo como fuera,
podía seguir adelante en la luz,
vale, mejor doblo la ropa




sábado, 3 de septiembre de 2016

¿Qué carga moral implica la traición?

¿Qué carga moral implica la traición?

Traté de ayudarle a cargar con su cruz,
lo aprovechó para clavarme en ella.
Dejándome allí en un desierto sin luz
donde mi sombra sus penas enhebra.
Quizá lo más sabio sería forjar mi ataúd, el vacío que en su pecho hace mella.
Al menos me queda la satisfacción de que la conciencia por la noche no se estrella.

Traté de ayudarle a cargar con su cruz
usar la pistola que enjambres destella.
¿Qué carga moral implica la traición?
Si con ella logró que los clavos se adhieran.
Podría pensar que matar es calmar el dolor, pero no me consuela.
Al menos me queda la satisfacción de que la conciencia pesa más que la madera.


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Este poema es una reinvención de una estrofa de Piezas, mi rapero favorito.
El título es ''Pobre Diablo''.
Letra en cuestión: Traté de ayudarle a tirar de su cruz y aprovechó para clavarme en ella. ¿Que carga moral implica la traición? Si con ella logró que los clavos se dieran. Podría pensar que matar es calmar el dolor, pero no me consuela. Al menos me queda la satisfacción de que la conciencia pesa mas que la madera

Esa parte se me quedó grabada en la mente y tenía que crear algo a partir de ahí. En un futuro escribiré relacionado algo con la misma temática, la traición, el cargar con la cruz de alguien, etc. Es un pequeño homenaje, AQUÍ la canción en cuestión.

lunes, 8 de agosto de 2016

Ángeles del siglo XXI

Vi descender a los ángeles con sus armaduras centelleantes,
su aureola describiendo un círculo perfecto en mi pescuezo,
pupilas blancas como la noche y sonrisas condescendientes asomando los colmillos.

Bajaron juzgando a unos y otros con un juicio que trasciende la ley,
blandiendo diccionarios, libros incompetentes y vídeos de procedencia cuestionable.
Exhibiendo su moral excelsa que no puede ser comparada a la de nosotros,
los esclavos, el rebaño. Somos los ineptos que se ríen cuando todos alzan su espada,
los que lloran porque saben que son miseria, los que se equivocan y no aprenden,
los que no podemos ser aceptados en su templo de ilustres,
en sus peldaños donde solo caben los pies de los maestros de la moral,
donde la sangre derramada no alcanza porque deben seguir siendo justos y vanidosos;
donde no caben los poetas que hacemos con los versos
lo que nos sale de los huevos.

Vi bajar a esos ángeles impolutos nacidos en las entrañas de las redes sociales,
y me reí de ellos mientras se me resbalaba alguna lágrima
porque todo lo hago mal y siempre se me escapan.

viernes, 5 de agosto de 2016

El barco se hunde y nadie hace nada

No navegues en ese mar ponzoñoso que sale de tus venas
donde los peces mueren en tu saliva y no hacen más que caer.
como quien tropieza sempiternamente con la misma piedra que rompe tus cristales.
No existe disculpa válida para esa cicatriz que se tatúa en tus pies descalzos. 
Y no importa cuánta sal añada mientras la gravedad siga incrustada en el fondo
a nueve coma ocho en la escala Ritcher, azorando ese mar sereno de muerte.

El barco sigue hundiéndose y no puedo estar más tranquilo.
Delante del espejo la luna titubea, pero mirándola de frente es tan imponente
que más que guiarme su luz se convierte en un dulce castigo.
Supongo que la respuesta estará en convertirme en vampiro y evitar mi reflejo,
pero a falta de musa que muerda me conformaré con no mirar hacia dentro.
Si no sé quién soy, cómo demonios voy a saber a dónde caigo. 
El barco se hunde y nadie hace nada porque a nadie parece importarle. 

martes, 5 de julio de 2016

Extraterrestre #FuckRima

Extraterrestre (Remake)

No existe nación para ella.
No hay fronteras capaces de contenerla
porque no hay prisión capaz de contener el dulce canto de la dulce ninfa,
esa miel a la que el desgraciado se acerca a probar quedando atrapado en una red de muerte.
Ella es una viajera del espacio; la Mortecina la viste, el Fulgurante la ampara.
No puedo apresarla con grilletes pues de tan liviana que se vuelve se torna gas y huye.
He tardado tanto tiempo en comprenderlo que ya no me reconozco. Me siento perdido...
porque en sus ojos no hallo compasión; no, porque su mirada no me encuentro.

Mi juventud se marchita mientras miro las estrellas esperando encontrar sus labios,
imaginando construir la nave que la traiga de vuelva a este planeta
para desmenuzar su alma y reírme mientras baila en un salón vacío;
y me sirven la copa con la que brindo por el consuelo que ya no me brinda,
y me ahogo en un mar de sangre que yo mismo he derramado.
Pero no bajará, porque es criatura inocente pero no demente.
Ella espina de rosa, yo espina de erizo.
Y en esta soledad nocturna a orillas del paraíso salino
con una amargura salobre en mis labios y la dulzura de los suyos en aquella nívea láctea,
imagino cómo se hubiera erizado su piel al acariciarla si no la hubiera matado.

En esta oscuridad sempiterna acecho el cielo albergando la esperanza
de que la justicia poética cante sentencia y me de lo que no me pertenece,
o esa estrella fugaz que, centelleante y orgullosa, ilumina a esa florecilla solitaria
a cuyas espinas he desarrollado invulnerabilidad, y más hábil que un prestidigitador
he conseguido volverlas mías y hacerla llorar con lo que ella misma significa.


Y si no hay alcohol que beber, música para bailar,
poesía para soñar o tu sonrisa por la que luchar,
¿por qué demonios he de vivir en esta desgracia continua que me atenúa?
Solo le pido a Dios que si pasas navegando por este titánico silencio
cortes las alas desplegadas en el lado oscuro de mi alma,
tú, capitán de este negro mar de dudas y calamidades,
córtame las alas para que tenga sentido tanto drama.

viernes, 1 de julio de 2016

Nubes desde el tren.

Nubes desde el tren.

Hoy las nubes quieren ser humo.
No conformes con cincelar el cielo,
no conformes siendo agua, gas o hielo;
hoy las nubes quieren ser humo.
Despedazándose, martirizándose incluso,
juegan a retorcerse en una espiral ascendente sin fin.

Y con el rugido que esta máquina infernal emite,
embriagándolas del vapor propio de su propio cuerpo,
puedo afirmar sin ningún miedo, sea por velocidad o perspectiva,
que las nubes engañan a los ojos; sí, esas esponjosas pecaminosas
que, cuando se les pregunta la incógnita lacerante, lloran.,
y no contentas con jugar en esta carrera donde arquitecto oculta el ánima,
se envuelven en su manto sereno donde no engañan solamente al ojo,
donde el fruto de sus banalidades reside en estas páginas
haciéndome caer en la locura pues no sé quién se desplaza,
ya sea fuerza, virtud o viento; tenebrosa oscuridad si miento;
compasión de la sabiduría o de la inocencia escarmiento.
Será locura, delírium trémens o el renacimiento.

Hoy las nubes quieren ser humo...
o quizá y solo quizá, el humo juega a ser nube.

lunes, 27 de junio de 2016

Extraterrestre

Extraterrestre.

A veces le miro a la cara y desespero
porque observando a la luna el tiempo se para.
Y qué puedo decirte, si yo te contara
que fugaz es la estrella más sempiterno es el cielo.

Imagino sostener sus manos y no las entiendo,
su suavidad es alcalde del firmamento.
La nívea láctea, mi testamento,
porque la gracia fenece, mori memento.
Y si la estrella muere porque Dios no la ampara,
esperar es virtud del contratiempo.

Oh Dios; oh virtud; oh tiempo,
dadme algo, lo que ella más deseara,
su cabello, su risa, su cielo, su caliente corazón y su mirada.
Oh estrellas; oh libertad; oh viento,
enseñadme una canción que a su planeta llegara.
Un violín, bella voz, un cuento,
porque al final del día con una sonrisa acabara

viernes, 3 de junio de 2016

Metales pesados

Gracias a Dios que la moda de fumar ya ha expirado y ahora solamente quedan leves retazos de lo que era antes, aunque claro, comparado con el San Francisco de los años 70, cualquier cosa se va a quedar corta. Ahora la gente no quiere comer atún porque están llenos de metales pesados, no comen carne porque los animales son maltratados y la  no fuman porque... no sé por qué será. De todas formas no eligió estudiar sociología así que tampoco se paraba a analizar detenidamente los comportamientos de la sociedad, solo le interesaba saber esos pequeños detalles como el de poder levantarte para ir a fumar en medio de una cena de empresa y que nadie te acompañe porque esta generación es... ¿Más sana? Ella tampoco estaba segura de cuándo empezó a fumar, ni cuando se comenzó a diferenciar entre géneros binarios o no binarios, ni cuándo se comenzó a utilizar el ''@'' para referirse al género neutro. Todas esas cosas le importaban bien poco, para ella todo eso era como si hubiese estado viviendo en una caja durante veinticinco años y al salir todo a su alrededor hubiera cambiado. La única razón por la que comenzó a darle a los cigarrilos era para eso, para escaquearse de vez en cuando, si lo hubiese podido hacer dejando de comer atún o cambiando su género, no le hubiese importado absolutamente nada hacerlo. Pero no, desde luego ya lo había probado. Una vez lo intentó, en una mariscada  ''lo siento, no puedo ir porque esos animales están llenos de metales pesados que son perjudiciales para la salud'' -dijo con un tono de desilusión que había aprendido a imitar a la perfección. Pues ni aún así consiguió librarse, resultó que un compañero de trabajo era todo un experto en todos esos temas, no comía carne, pescado, animales que hayan sido expuestos a cualquier tipo de contaminación, alimentos transgénicos... Estuvo más de una hora hablándole de mil cosas que comenzaron importándole bien poco y al final acabó con dudas existencialistas sobre su propia persona. ¿Qué comemos exactamente? ¿El capitalismo está acabando con la salud? ¿Alimentación humana o derechos de los animales? ¿Realmente sabemos lo que comemos? Tras haber estado un tiempo dándole vueltas a todos esos asuntos llegó a la conclusión de que cada vez que él le hablara se iría a Tombuctú, el lugar donde tanto los animales como las personas podían entrar al morir, no se podía imaginar cómo debía ser hablar con Míster Bones. Si no recuerda mal también fue en aquel momento cuando tomó la decisión de comenzar a fumar. Sí, es verdad, fue para poder librarse de él. Desde luego funcionó, quizá todavía sufre un poco de remordimiento por haber usado esa maniobra vil, pero sin duda era mucho mejor que ignorarle cuando hablaba.

En fin... Al final ha acabado acudiendo a la mariscada, mira el plato un poco desconcertada y no sabe ni siquiera por dónde empezar. Entre compañeros de trabajo que le hablan de cosas que le importan más bien poco y la necesidad de estar al lado de su jefa constantemente, se siente embutida en esa silla. Y hablando de embutidos, también siente un poco de resentimiento por los cánones de belleza social y todas esas tonterías necesarias. Cada día que va a trabajar maldice a quienes establecieron que formalidad es vestir un traje. Como si permaneciera a una especie de religión creada por ella misma, nada más poner un pie en el umbral de la puerta de su apartamento, suspira mientras dirige sus pupilas hacia el techo y los maldice, a los zapatos de tacón, las americanas, los bolsos de marca. Todo. También se maldice a sí misma porque ella estudió informática, no administración de jefes que les gusta dar por el culo. Se levanta metiendo la mano en el bolso para hacer ver que va a fumar, algunos le dirigen unas miradas discretas que ignora completamente. El restaurante está abarrotado de gente embutida, algo propio de esas fechas. Parece que los metales pesados no les van a quitar el sueño esa noche. Quizá sí que lo haga el hecho de haberse pasado tomando alcohol, pero la comida desde luego no. Saca un cigarrillo del paquete, lo enciende y se lo coloca en la boca. Le resulta curiosa la imagen de la cajetilla con los pulmones demacrados y toda esa parafernalia. ¿Por qué el atún no viene con una etiqueta de ''cuidado, contiene metales pesados perjudiciales para tu salud''? Esa noche va a soñar con peces, desde luego.
Rebusca entre los bolsillos y el bolso el mechero pero no consigue encontrarlo. La probabilidad de que alguno de sus compañeros tenga un mechero es ínfima, y la probabilidad de que aún teniéndolo lo reconozcan delante de los demás es todavía más baja. Baraja la posibilidad de preguntarle a alguien, pero por alguna extraña razón no encuentra el momento perfecto. De noche la calle está tremendamente transitada, sobre todo de gente joven que va de fiesta con su grupo de amigos y otros tantos tontos trajeados que van a cenas de empresa. Por no tener ganas de intimidar a unos o mantener una conversación insulsa con otros, al final se sienta en un escaloncito de un portal y escuchar música. De todas formas con el bullicio de la calle tampoco es que pueda escuchar demasiado bien, así que simplemente elige algo aleatorio de la lista de reproducción y apoya la cabeza contra la pared. Al comienzo al sentarse le da miedo de que pueda mancharse la falda, pero de todas formas no es su culpa si alguien decide mirarle el trasero, todo en esta vida tiene un precio a pagar y mucho más cuando es un día festivo y no debe dar una buena imagen ante absolutamente nadie.  Al menos no su culo.

Silbidos, bullicio, transeúntes, el claxon de una moto. Una pareja de instituto que corre por a calle y empujan a una señora a la que le cae un vaso de cerveza encima. Vecinos molestos por el ruido que lanzan agua desde una ventana mientras un grupo de chavales probablemente menores de edad se ríen y festejan el fenómeno como si estuviesen en un festival de música. Sacan fotos de lo ocurrido y el flash le da directamente en la cara. Aún así no puede evitar sentirse somnolienta, como si todo el ruido formara parte de la misma sinfonía. Probablemente algún músico experimental haya pensado lo mismo, o no... quién sabe. Los ojos se le cierran intermitentemente. Vaya, nunca había llegado a imaginar que se podía estar tan relajada en la multitud. Quizá sea por las copas de vino blanco que ha tomado.

Abre los ojos sobresaltada por un calor que notaba en la cara y una luz anaranjada que se colaba a través de sus párpados. Un zippo, sin duda, ese olor a gasolina metalizada es inconfundible. Debido a la sorpresa el cigarro se le cae de la boca pero la persona que le está ofreciendo fuego lo agarra en el aire. Está sentada de cuclillas enfrente de ella. Lo coloca entre los dedos pulgar e índice y se lo lleva a la boca, pero inevitablemente choca contra un... ¿Cristal? Hasta ahora solamente había visto sus pies, finos y muy blancos dentro de un zapatitos negros con un poquito de tacón. Qué piel tan blanca, y no solo en sus pies, conforme subía la vista por sus piernas seguía siendo igual. En sus rodillas descansa la falda de un vestido azul marino cuya tela se vuelve un poco transparente sobre los hombros. Su mirada se detiene al llegar a su cuello, lleva algo extraño en la cabeza, una especie de casco con una pantalla de cristal con luces. Emite un sonido extraño, como si dentro alguien estuviese respirando fuertemente. Da la sensación de que el metal es ligero y suave aunque está fuertemente adherido en su cabeza. En la parte superior hay unos orificios puntiagudos. Ella intenta retroceder pero pronto choca contra la puerta, aún así sigue rehuyendo. La figura del casco comienza a gesticular y a mover la cabeza. Al ver su cara de espanto comienza a señalar la zona donde supuestamente debería de tener las orejas. Al ver que la está asustando aprieta un botón que se encuentra en la nuca y el casco, tras hacer un sonido mecánico hueco, se desadhiere del cuello. Tira de él hacia arriba y mueve la cabeza hacia los lados esparciendo su melena negra azabache. Lo que en un primer momento era miedo se ha convertido en curiosidad, relaja los hombros y observa a la ciborg (así le llama en su cabeza) ladeando la cabeza. Hay algo reminiscente en esos ojos negros y esa piel tan blanca que provocan un contraste tan absurdo.
-Yo a ti te conozco.
-Vale, por lo que veo no me podías escuchar, ¿verdad? -al no recibir una repuesta decide continuar -. Este trasto no funciona bien en este país, no sé si será por los satélites o qué se yo, pero está haciendo cosas rarísimas.
-¿Cómo?
-El casco -dice mientras lo agita entre las manos -. Por lo que veo en este país no lo soléis usar, ¿no?

Ese acento...
-¿Suki?
-¡Rin, rin rin! Premio para la señorita dormilona. Cuánto tiempo, pensaba que no me ibas a reconocer.
-¿Cómo demonios te iba a reconocer con el trasto ese?

Se levanta todavía un poco aturdida por el sueño. Ambas se encienden un cigarrillo y dan un paseo mientras hablan de varias cosas. Se paran en el primer bar que encuentran, piden ambas un bloody mary, como en los viejos tiempos.
-Tú vistiendo tan formal... ¿Se han alineado los planetas?
-No, más bien creo que se han desalineado todos los astros. Todavía no me acabo de creer cómo he acabado así estudiando informática.
-Estoy impaciente por escuchar la historia.

Se aprieta las sienes con las manos. Natsuki le observa traviosamente mientras sorbe la bebida por la pajita.
-Por más que me esfuerza creo que... No se me ocurre ninguna forma de hacer que la historia suene interesante.
-Vamos, hace cuánto, ¿siete años que no nos vemos? Creo que cualquier cosa que tú me digas va a resultar interesante.
Cree percibir en su cara una mueca de decepción que se borra al instante.
-Te voy a decepcionar, pero si insistes supongo que no me queda otra. A no ser que hayas cambiado probablemente sigas siendo una cabezota de cuidado.

Sus intentos por cambiar el tema de la conversación no surten ningún efecto. Natsuki se limita a sonreír y asentir con la cabeza.

-Me ha sorprendido que todavía te acuerdes de cómo me llamabas antes. Bueno, siendo sincera ni siquiera me imaginaba que todavía me recordaras.
-Ahora debido a mi trabajo acostumbro a tratar con muchos asiáticos, pero cuando era estudiante fuiste la primera... -Suki alarga la mano y sujeta suavemente de suya.
-¿Me ibas a contar una historia, no?
-Ya te lo he dicho, tampoco es para tanto. Cuando acabé la carrera encontré un trabajo en una empresa muy joven. Necesitaban sofware propio y mantenimiento, iba a ser duro debido a que debía programar desde cero, así que tuve que trabajar un montón. El cambio se dio cuando mi jefa vio lo dedicada que estaba siendo, me cogió confianza. Resulta que ella es malísima con los ordenadores, en serio, le cuesta hasta abrir el correo electrónico, así que ahora soy algo así como...
-¿Su cenicienta? -suelta con desdén.
-Yo iba a decir algo así como su mano derecha...

Se produce un silencio demasiado pesado. Tsuki retira su mano y mira hacia el techo, suspirando. Siempre hacía eso cuando estaba a punto de ponerse existencialista, cuando eran estudiantes le taladraba con miles de preguntas, sobre la existencia de Dios, la sexualidad, la muerte... A pesar de no darle muchas vueltas a esos temas siempre conseguía darle una respuesta que la dejara satisfecha. Tsuki siempre estaba leyendo, devoraba cualquier libro que encontrara, daba igual el autor, la época, el género... Con tener un libro entre las manos bastaba. La verdad es que siempre se cuestionó cómo lograba si quiera ser un estímulo intelectual para ella. Daniela no tocaba un libro a no ser que fuera un manual, no veía películas de Hitchcock, no se decantaba por el pensamiento de ningún filósofo, nunca iba a votar en las elecciones de su presidente... No se considera idiota, de hecho siempre ha logrado estar por encima de la media, simplemente no le interesaba demasiado lo que ocurría a su alrededor, o alrededor suyo quinientos años atrás o cuatrocientos en adelante. Desde que la ha visto ha tenido una duda que procede de algún lugar extraño, la amistad un día simplemente se cortó, sin más. No habían discutido, no había habído ningún conflicto amoroso... Simplemente se esfumó. Por esa razón probablemente tenga esa duda incrustada en su pecho, ¿qué ha podido ser de la vida de aquella persona tan excéntrica? ¿A qué conclusión había llegado después de hacerse tantas preguntas? Al ratio de pregunta/hora probablemente en este momento debe estar en el limbo del conocimiento, seguro que conoce todos los secretos de la alquimia y no le extrañaría que se hubiese convertido en medio robot. Eso sí, uno muy bien fabricado, porque la suavidad y el calor de sus caricias han sido muy reales.

-Parece que te haya decepcionado.
-¿Decepcionarme? Nunca he tenido ninguna expectativa sobre ti -dice con tono neutral.

Nota un pinchazo fuerte dentro de ella misma. En cualquier otra situación se habría marchado, pero sigue teniendo la duda de qué habrá sido de su vida. Tsuki llama al camarero.
-¿Vas a pedir algo?
-Lo mismo que tú.

Vuelve con dos whiskys con hielo.

-¿Qué hay de ti?
-Es una historia larga de contar -dice dándole vueltas a la copa. De repente parece tremendamente cansada.
-Creo que tengo tiempo.
-Primero quiero tomarme un par de copas. ¿Te molesta el silencio?

Contempla las copas como si estuviese maquinando algún plan. Parece que se esté inventado una historia que contar o quizá está buscando las palabras exactas. Aunque ella nunca ha sido de palabras exactas, más bien de divagar constantemente, hasta que el alcohol se lo impide, o hasta que suena el despertador. Le sorprende y de alguna forma le da un poco de lástima que haya cambiado de tal forma. Ahora sin el casco se fija bien en sus hombros casi desnudos, en su fina nuca, en sus ojos. Ahora lleva el pelo más corto y el flequillo hacia un lado. Debido a las gafas nunca había tenido la oportunidad de ver sus ojos tan atentamente, quizá también era porque nunca le miraba a la cara. Quizá su mirada ha cambiado, da la sensación de que está olcultándole algo, hasta que finalmente, tras tomar unas copas, sonríe, le mira a los ojos y comienza  a hablar.

-Cuando acabé bachillerato entré en una universidad. Era una grado de idiomas o no se qué historias, pero como no me convencía me fui a Francia. Ya sabes que siempre he tenido facilidades con los idiomas ya que nací sabiendo Japonés e Inglés. Luego estudié en España, bueno eso ya lo sabes. Allí aprendí algo de francés, justo cuando te conocí. En Francia estudié filología francesa y una vez acabé me fui a Alemania en una beca. Por h o  por b finalmente acabé aprendiendo algunos idiomas más. Ahora trabajo como intérprete para una empresa internacional.
-¿Y el casco? No me digas que ahora te gusta disfrazarte.
-No que va.

Cortando la frase a mitad se levanta, posa su mano sobre el hombro de Daniela y le hace una mueca para que le siga. Van un poco más al fondo del bar, se sientan en un sofá empotrado en una esquina. Vuelve a llamar al camarero y le pide algo, lo mismo, whysky con hielo.

-Por lo que veo ahora bebes más.
-Que yo recuerde tú ni siquiera bebías.
-Son las cosas que tiene el trabajar en una empresa...
-Como te iba contando, lo del casco es algo que utilizo para ya sabes, evitar la contaminación, enfermedades y todas esas cosas.
-¿En serio?
-Claro, ten en cuenta que estoy viajando constantemente por todo el globo. Si cojo alguna enfermedad extraña estoy jodida. En serio, lo pone en mi contrato. Aunque me extraña que te sorprenda, en algunos países como China se utiliza mucho.
-Ya sabes cómo soy...
-No te equivocas, no sé como eres, sé como eras.

Desplaza un poco su cuerpo, lo suficiente para que el de ambas estén en contacto. Daniela se tensa, ella acaricia su pierna, apoya la cabeza sobre su hombro y continúa hablando.

-Háblame más sobre ti.
-No sé no se me ocurre nada.
-Vamos, algo debe haber...
-¿Sabías que las gambas contienen metales pesados?

Tsuki separa la cabeza de su hombro y por un momento le mira fijamente. Al comprobar que lo dice totalmente seria comienza a reírse descontroldamente. Le contagia la risa.

-¡En serio! No has cambiado nada.

Le acaricia la nuca, se acerca a ella y le besa en los labios. Al comienzo se encuentra tensa y desconcertada, pero las caricias sobre su espalda consiguen que se relaje. No podía evitar pensar por qué alguien que  lleva un casco para protegerse de la contaminación luego fuma y se toma tantas copas como quiere como si nada. Pero los pensamientos se funden, se disipan. Primero se convierten en una masa oscura y finalmente se tornan totalmente líquidos. Al comienzo tiene las manos sobre sobre el asiento del sofá, no sabe que hacer con ellas. De hecho le hubiese gustado que desaparecieran por un instante, porque así no se habría visto tentada a palpar cada rincón de su cuerpo. Tsuki, siempre había sido delgada, aunque debajo de su ropa daba la sensación de que algo se estaba formando, nunca tuvo la oportunidad de comprobarlo. Ahora se muere de ganas de hacerlo, de  hecho comienza a palpar cada rincón de su cuerpo. Al comienzo por curiosidad y después simplemente por deseo.
Cuando sus lenguas están entrelazadas Tuski se separa repentinamente, no sin antes morder sus labios. Ella vuelve a buscar su boca pero se encuentra con una sonrisa infranqueable y juguetona. Entonces comienza a acariciarle por debajo del vestido. Tsuki en un amago de gemido abre la boca y vuelve a besarle.
-No, aquí no. Ven.

Tsuki se levanta, se recoge el pelo rápidamente y se vuelve a colocar el casco. Al darle a un botón hace un ruido mecánico y se adhiere a su cuello. Paga la cuenta, toma su mano y comienza a andar.
Desde atrás parece que no haya cambiado demasiado. Tiene la misma forma de andar, ese lunarcito a un lado del cuello y unas orejas pequeñas debido a su origen asiático. Salen a una calle secundaria, saca una llave del bolso y desata un casco de una moto verde y grande, una Kawasaki nina de seiscientos, se lo tiende  y se sube al asiento.
-¿No tienes nada que preguntar?
-Todavía no me has contestado a lo de las gambas.
-¿Tan importante es eso para ti?
-No, pero tu problema es que siempre lanzas una segunda pregunta sin haber encontrado la respuesta de la primera.
-¿Sabes por qué lo hago? -se quita el casco y sonríe. -. Porque tú tienes todas mis respuestas.




jueves, 26 de mayo de 2016

La época de preparación para la hostia que se avecina

De pequeño nunca me molestaba ver a gente exitosa. Cuando eran jóvenes lo achacaba al talento natural, más propio de la genética y de las oportunidades que te brindan tus progenitores, si eran mayores me alegraba poder argumentar que era gente curtida, entrenada, la cual había dedicado miles de horas para llegar hasta esa suerte de persona destacable dentro de de su propio colectivo. Ahora, ya rozando la veintena, todo ese argumentario vacuo, insulso y extremadamente conveniente, se ha esfumado. Y cuando en mitad de una guerra no tienes ninguna cobertura a la que agazaparte, solo te queda el sonreír mientras ves como una lluvia de balas se acerca a ti a velocidades vertiginosas. Creo que los 19 años son así, voy a llamarlo ''La época de preparación para la hostia que se avecina''

Talento y esfuerzo. Dos conceptos que separados suenan bombásticos y rimbombantes y juntos parecen un axioma más de la vida. Es curioso cómo al diluirse esta mezcla pierde todo su encanto, como si las propiedades de ambos elementos fueran puliéndose hasta llegar a un estado de equilibrio absoluto donde no existe ese brillo salvaje, esa pureza que desprenden cuando salen de tu boca. Creo que la niñez es talento y la adultez esfuerzo. Quizá estoy siendo demasiado categórico, pero creo que esos dos conceptos en su estado más puro evocan inevitablemente a esos extremos de la balanza. Aunque una cosa no excluye a la otra, existe un puto muy concreto donde ambos confluyen, donde el niño deja de ser talentoso y el adulto todavía conserva un brillo especial, para mí ese intervalo se encuentra en los veinte años.

Me gusta la metáfora de la vida como un sendero. Como fanboy de Machado no podría ser de otra forma. Un camino está lleno de vicisitudes, desde el contraste entre día y noche, recompensa y fracaso, amor y odio, encuentro y despedida, amenaza y serenidad; esas propiedades tan radicales es lo que más se aproxima a la vida, una vía en la que a veces cruzas por el medio de estos conceptos y otras te decantas por uno de lo extremos. Asimilando la vida como un camino, creo que al llegar a la veintena de edad hay un muro que corta tajantemente el sendero, un muro enorme que obstruye toda la visión. Si miras atrás solamente verás caminantes jóvenes y talentosos, gente mucho más talentosa que tú, más fuerte, más rapida, más inteligente, con calificaciones más altas, con un gran oído para la música, deportistas de élite. Si abres la puertas y miras hacia delante verás profesionales de todo tipo, desde científicos, pasando por practicantes de sexo, pescadores, emprendedores hasta poetas. Lo mágico de adentrarte en el pasillo que te brinda esa gran puerta, es que hasta que no consigas llegar al otro extremo del agujero, nunca verás lo que hay más adelante. Creo que la veintena es ese pasillo oscuro, aunque no tanto como para que no puedas ver casi a transluz qué es lo que se avecina.

A la espalda más talento que yo y por delante muchísimo más esfuerzo. En este pequeño agujero por el que casi no se puede respirar ya no valen las excusas. He llegado poco preparado y además mi talento está siendo nublado por personas que han dedicado más tiempo que yo para formarse. A la espalda el poeta que es capaz de embelesar a las personas con sus versos y en el periodista que sin llegar a la treintena domina hasta cinco idiomas. Creo que los veinte años son eso, un camino oscuro en el que la única certeza que tienes es que hay gente joven mucho mejor que tú y que independientemente de donde vayas a ir, siempre va a haber gente mejor preparada. Entre esas tinieblas nunca sabes donde vas a llegar, pero esa premisa no desaparecerá por mucho que intentes remediarlo, porque justo estás en la edad en la que talento y esfuerzo confluyen y pasan la factura.

¿Sabes qué es lo mejor de todo de tener casi veinte años? Que todavía sigues cargando con el peso de preguntas que te repites a diario cómo ¿Qué es talento? ¿Qué es el esfuerzo? ¿Dónde estoy? ¿A dónde quiero llegar? Es un poco triste que sin ni siquiera saber quién soy, tenga la certeza que mira hacia delante o hacia atrás, siempre va a haber personas mejores que yo. Muchas preguntas de la adolescencia se han quedado sin responder y lo único que me está quedando claro es que la hostia me la voy a dar igualmente.

lunes, 21 de marzo de 2016

¡No disparen al pianista!

¡No disparen al pianista!

Por falta de precisión las balas están perdidas,
desfilan, entre los rayos del sol, luces rojas y amarillas.
El soldado pierde la razón, mejor que perder la vida
y llora sin ton ni son una niña triste, sola y afligida.
-¡Que alguien calme su llanto! -grita franco el coronel.
Y de tanto en tanto un soldado raso se acerca y la consuela.
-¿Por qué llora la pitusa si no hay herida que duela?
-Son heridas del corazón, mucho peor que el dolor de muela.

Las balas se exhiben espléndidas y glamurosas,
reciben silbidos y piropos, todo va de color de rosas;
de ese rojo carmesí del que tiñe la Funesta.
''¡Ay qué ingenuos que son aclamando a esa enhiesta!''
Se lamentan algunos sin percatarse de la fiesta
mientras otros, sobre alfombra roja, gritan ''La victoria es nuestra!''.

En las filas desesperan porque el llanto de la niña no cesa,
no comprenden su dolor, la cruz de la que es presa.
No comprenden su temor, porque con palabras no se expresa
pero nada puede hacer, ya nada en su corazón pesa.

A lo lejos se vislumbra un hombre taciturno,
una mirada sombría, un traje nocturno.
Rifles miran indiscretos esperando la orden de disparar,
pero el hombre no se achanta, no para de caminar
indiscreto, indiferente, sonriendo sin cesar.
-¡Que todo el mundo se esconda, ese hombre lleva una bomba!
Pero el músico no entiende de explosivos, solo del sonido y su honda.

Entre las balas perdidas el pianista comienza a tocar
una triste melodía que todavía nadie logra olvidar,
en el teclado de un piano que parece de cristal.
Yo no voy a juzgar, si lo que hizo estuvo bien o estuvo mal.
Solo soy un superviviente más, alguien que todavía puede recordar.

''¡No disparen al pianista!'' se escucha desde los dos bandos.
''¡No disparen al pianista!'' voces al unísono de los hombres al mando.
''¡No disparen al pianista'' porque el pianista disparó
una hermosa melodía que con el llanto de la niña acabó
y él continuó tocando, con motivo de admiración,
una hermosa canción que con el fuego cruzado terminó.


Por falta de precisión las balas están perdidas,
desfilan, entre los rayos del sol, luces rojas y amarillas.
El mundo pierde la razón, mejor que perder la vida
y llora sin ton ni son una madre triste, sola y afligida.

No disparen al pianista, por favor. No disparen al pianista...

                                                                                                                            J.R. Cristian

sábado, 2 de enero de 2016

Nuevo año nuevo

Comenzamos un año nuevo, nos proponemos cosas que nunca vamos a cumplir, vamos a seguir siendo la misma persona, cometiendo los mismos fallos... Comenzamos una nueva etapa y se dice fácil y pronto pero... ¿Qué significa comenzar un nuevo año?

Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.

El 2015 ha sido un gran camino, un camino de 365 días y quiero verlo como lo hace Machado, viendo en retrospectiva la senda que nunca se ha de volver a pisar. Estos días son perfectos para descansar, después de una larga travesía, nos sentamos en nuestro sillón preferido, tomando una tacita de chocolate mientras observamos ese camino que acabamos de recorrer, es en ese momento cuando te das cuenta de lo que significa vivir un nuevo año. Comenzar un nuevo año nos permite reflexionar sobre el pasado, tomar una referencia para auto analizarnos, ver qué hemos estado haciendo bien y mal. He estado un tiempo reflexionando y me doy cuenta de que acabar un año es algo grande porque te permite tener una perspectiva única sobre ti mismo. 
Yo estaba convencido de que mi vida no está cambiando demasiado, que ya he madurado, que no van a haber grandes cambios en mi vida pero visto en retrospectiva, este 2015 ha sido probablemente uno de los años más importantes de mi vida. He conocido a Murakami, a Sôseki, a Machado, a Asano. He conocido a muchísimos autores que han hecho evolucionar mi perspectiva artística, autores que estaban esperando a ser leídos, autores que estaban ahí esperando para cambiarme la vida y no ha sido hasta este fin de año que me he dado cuenta de lo importantes que han sido. Y no solo con la escritura, he descubierto el Jazz, he descubierto grandes bandas sonoras, he descubierto joyas ocultas del underground del rap. He leído guiones, gracias a Mackee, el profesor que siempre he querido tener. He escrito muchísimo, en el autobús, en un banco, en el suelo, en un parque, a orillas del mar... 
También he jugado a juegos maravillosos, he visto películas que me han hecho llorar, he leído mangas que me han dejado sin aliento.
Hasta hace poco me torturaba por haber tomado la decisión de no entrar en la universidad porque pensé que mi tiempo se detendría y que más tarde volvería para recuperar lo perdido. Pensaba que dejaría de crecer como persona, que me estaba desviando del camino correcto. Pero, viendo en retrospectiva el año, me doy cuenta de que si hubiese tomado esa decisión no habría estudiado guión, no habría comenzado a escribir una novela, no habría... Ese es el punto, ''no habría'', pero por suerte, ''he'' y gracias a ello he conocido a personas increíbles, me he dado cuenta de que soy un idiota y me he reído de ello, me he enamorado fugazmente como hacía cuando era un niño, he conocido a profesores y alumnos que me han cambiado la vida. Yo creo que del 2015 me quedo con un diálogo que tuve con mi profesora de inglés.
-Cristian, vas a lograr hacer algo grande -dijo con tono serio.
-Y tonterías -le contesté riéndome.
-Vas a hacer algo grande y tonterías .
Creo que esas líneas definen mi año. Me he dado cuenta de que yo no he nacido para hacer algo normal, yo he nacido para hacer tonterías, tonterías muy grandes. Este maravilloso año me ha servido para reírme de mí mismo, soy un idiota que pasaba por el callejón del Gato y comenzó a reírse de su físico esperpentizado en los espejos y una vez me marché me quedé con esa forma eternamente. Soy un esperpento perpetuo y es maravilloso porque eso significa empezar un año nuevo, planear cómo va a ser el siguiente año para que cuando acabe veas en retrospectiva que todo lo que ha quedado ha sido un esperpento de tu año ideal. ¿Pero sabes? Probablemente sea mucho mejor de lo que tú habías planeado.

Pero claro, no he hecho el camino solo. Si lo hubiese hecho así probablemente me habría perdido.  Y este año han habido compañeros de sendero inesperados. Especial mención a mis amigos de inglés que me han demostrado lo pequeño que soy y que ahí reside mi grandeza, en la imperfección, en la tontería. También me ha acompañado mi familia, un año más, como siempre apoyando todas las decisiones estúpidas que tomo. Mis amigos de siempre que ya forman parte de la familia, los que todavía quedan. Y los amigos nuevos que hago. Gracias a todas esas personas sé que este camino acabará en algo grande, porque son grandes las huellas que dejamos. Y sé que no me saldré del camino porque en la auriga están mi hermana y mi madre. Feliz año nuevo.