viernes, 18 de mayo de 2018

Construcción de un hombre

Observando la ropa secándose lacónicamente
frente a la mirada afable de un corazón no perturbado,
incita a pensar que la tormenta, de liviana, podría haberse evaporado.

Quizá, como una suerte de escultor astrónomo,
ejercía añadiendo masa para que orbitasen alrededor de mí los planetas.
Ahora la primavera de sosegada parece detenida,
y un gris edulcorado fagocita un lugar tan pequeño de mi alma que parece insignificante.

Rumiando en mi cerebro ideas tan descabelladas como que ese sol,
fulgurante, cargue sobre mi tejado y la colada esparza y desordene;
o que esas nubes, de claras y diáfanas, se espanten hacia el espacio
y me convierta en un hombre melancólico que a la tormenta aguarda y desea.

El ser diminuto que regenta el pabellón de mi oreja recitando felonías,
apaciguado por el beso de la mañana cálida y el sopor de poniente,
acompasa su respiración de ensueño al vaivén de las olas más allá de Allende.

En la frontera entre bostezo y bostezo corren livianas las motas de polvo, sobre la mesita vacía,
descubiertas tras levantar unos cien  soldados y sus cien alabardas.
Versos desconsolados, ensamblados a estanterías infinitas,
promesas de una tarde trascienden y se reencarnan en promesas de unos y miles de días.

Sin embargo cada vez que escucho su mirada trémula suplicando,
desgarraría cada célula de mi cuerpo por atraparle entre el centeno.
Mas la titánica tarea de atravesar esta lámina de papel
que separa mi mirada de su cuerpo bronceado, se me antoja totalmente innecesaria.

Supongo que esto debe ser el paraíso.
Una suite con fronteras norte-sur, este-oeste y sus ventanas con vistas al mal.






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