viernes, 14 de noviembre de 2014

El sordo sonido de nadie en esta ciudad de ningún lugar



No no no no no; no, no puede ser. No suena.
Cortejo las teclas como acostumbro y no funciona.
No es un golpe, si no el arte de acariciar alternamente:
ébano, marfil, ébano marfil, marfil, ébano...
De este a oeste surco los mares cual marinero
y me dejo arrullar por el sonido que produzco;
me adentro en el mar de las sensaciones.
Pero hoy no; este maldito trasto no funciona.

¡Bah, me está sacando de quicio!
Sin percatarme de ello he acabado aporreando cada tecla con un desdén...
Comienza siendo una pequeña molestia como el zumbar de un mosquito
pasando por una aguja que acecha tu mirada;
es furia, ira, angustia, malestar, preocupación,
desasosiego, enfado, impotencia y también contraproducente.
¿Qué es música sin sonido? ¿Estamos locos?
Es una partitura, un instrumento musical en penumbra,
días sin estro de un músico, cuerdas rotas,
murmuro en el fondo de un concierto para nadie.
Soy yo. Música sin sonido soy, soy música sin sonido; yo.
¿Por qué? Porque impera la vagancia en este mi querido amigo.

Cierro la ventana, aunque parezca absurdo quizá el sonido se esté escapando en la gélida corriente de mi habitación. Levanto la tapa del piano y compruebo que está todo colocado correctamente y no hay ninguna cuerda rota o algo por el estilo. Ahora que está todo cerrado el sonido se quedará encarcelado en esta trampa mortal improvisada. Si esto no funciona significa que... No, no he podido perder mi sentido auditivo en cuestión de unos segundos...

Media hora más tarde...

Solamente escucho un ruido hueco cuando golpeo las teclas.
Una roca se desprende del sombrero de una gran montaña,
esta precipita rápidamente chocando con las rodillas de esta.
Gira gira y gira golpeándose con todo lo que acontece.
La montaña rápidamente se agacha para alcanzar el pequeñito fragmento que se ha formado
pero de repente ¡flup! se ha escabullido la marea.
El rostro del caballero se ve tan lúgubre en el mar...
Fuerza la vista y en el fondo puede ver algo moviéndose:
un pianista sumergido en el océano.
¡Flup, flup flup! ¡Pop, pop, pop! Sonido hueco.

Un pitido está perforándome los pensamientos. El sonido de una multitud de aplausos me despierta de mi corto viaje divagativo. Alzo la mirada y veo una inmensidad de butacas, todas llenas de gente. No paran de aplaudir. Estoy bastante desconcertado porque me doy cuenta de que estoy en el escenario. No se qué demonios está ocurriendo. Me están aplaudiendo a mí (?)

¡Clap, clap, clap! Bravo. Bravissimo. Aplaudidme más.
No he sido capaz de deleitarme con mi propio arte porque irónicamente no escucho mi sonido.
Sinceramente esta situación me agravia.
Abramos un debate sobre la hipocresía, sobre el silencio.
No, no, sobre la música silenciosa. Sobre los silencios de la música.
Hablemos sobre los focos de luz mortecina que iluminan mi rostro
y sobre mi rostro de luz mortecina que ilumina sus rostros.
Hablemos sobre la paradoja en la que me encuentro
pues no soy más que un bohemio en esta ciudad de luces.

Deslizo mis dedos en este muro de nadie
en esta  ciudad exánime que regala una espina por cada caricia del silencio.
Me corta, no ella, si no el filo del consuelo.
Y el flujo de mi sangre se mezcla con el gris amianto de mis dedos.
Entonces me doy cuenta de por qué no puedo escuchar mi sonido.
Estoy muerto tirado en mitad de la calle cual Estrella.
Soy esa estatua que emite un sordo sonido de nadie
en esta ciudad de ningún lugar.



Me despido del público y me encuentro otra vez en este duelo.
Uno a uno, el piano contra mí.
Estaba claro, no soy capaz de escuchar ese sonido.
Él tampoco me escucha a mí porque no se qué decirle.
Pero allí me siguen aplaudiendo y ni si quiera entienden mis sentimientos.
Porque no los tengo, o porque no pueden escuchar este sonido hueco.
Plop, plop,plop. Aquí sigo yo, en el fondo del océano.
Yo mis partituras sin nombre, el silencio de nadie, sentimientos no sentidos.
Aquí sigo yo. Algo perdido en algún lugar perdido.
¡Maldito trasto que no suena, vete al diablo!

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