sábado, 5 de febrero de 2022

Por qué cantan las madres

Me gustaría saber la fecha de caducidad de esta carta,
no tener que andar sobre las nubes con miedo al vacío,
porque entre yo y lo terrible hay muy poca distancia,
y el miedo a lo innombrable me mira y se jacta.

Así que esto es todo lo que tengo que decir, no queda nada más,
porque entre el miedo a decirlo y el miedo a que ocurra,
todo lo que importa se escurre y finalmente las tinieblas
de lo no contado arremeten contra el tejado y esbirros
de la conciencia se instalan en tu sien para toda la vida.
El día ha llegado y me rindo ante lo evidente,
que tanta gente que ha llegado y marchado lo vuelve todo caduco,
entre la alegría y la melancolía todo se vuelve banal,
y de estas paredes y sus fronteras con vistas al mal solo queda una nimia
esperanza de que algo, un poco de algo, sea eterno.

Y yo, pobre, que no tengo nada, ni cordura ni sueños serenos,
ni apego a las ramas, ni pizca de gana,
ni tristes canciones, metales que engañan,
frustraciones frustradas y un triste cuaderno,
ni dueño ni esclavos, ni como ni duermo.
Yo que de la nada vengo y allí pretendo llegar de nuevo,
recién salido del útero materno, a gatas, explorando lo eterno,
vestido únicamente con el único amor que no caduca,
del que no he sido privado, es el amor materno.
Lo que no arraiga, que perezca en el infierno,
los semejantes son semejantes y por ellos lucho,
por ellos no como ni duermo, por ellos me levanto
y de tanto en tanto me recuerdan que merece la pena estar vivo.
Sin embargo, cuando lo material se tambalea solo queda lo vivo,
y cuando te alejas del mundo te alejan del mundo.
Y cuando estás lo suficientemente lejos para que todo te parezca nimio,
no hay Dios que te salve ni justificación suficiente,
pues el planeta tierra no cuenta contigo y sigue girando.
Nadie se detiene, todo sigue su curso, y el mundo va tan rápido
que el vértigo se asoma por la ventana y amenaza de muerte.
Yo tiritando de frío en una oscuridad intermitente,
escucho la voz que reconduce mi alma,
la voz de quien te ama incondicionalmente y no esconde nada.
La voz de mi madre que me ruega que vuelva.


Y vuelvo, porque la pobre sufre,
lee todas las señales y ruega a todos los Dioses,
porque lleguen las tardes de Abril y los meses
de cálidos abrazos y la esperanza del mañana,
pero atea, construye con sus manos el nido,
el hogar al que todos queremos volver eternamente.
Lo construye una y otra vez, las que sean suficientes,
para que los continentes sigan prosperando y las señales de muerte se vuelvan fugaces,
Y entonces todo cobra sentido, porque el amor que ella manifiesta
hace que, totalmente satisfechos por el regalo divino,
queramos construir con sus manos el hogar del mañana,
y prosperan las civilizaciones, progresa el destino
y todos nos damos la mano para construir lo eterno,
porque es lo primero que hemos aprendido de ellas. Amar y ser amado.



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