jueves, 4 de junio de 2015

Yuki-onna

El mundo es mío. Quizá me encuentro un poco más distante que hace unos años, cuando todavía era yo mismo, cuando todavía era. Pero eso no quita que no haya conocido el placer, que ya haya poseído todo aquello a lo que aspiráis. No podréis gozar de su virginidad porque antes la mancillé yo. Aunque no es bueno alardear del pasado, son hechos que acabaron y que de alguna forma devinieron en lo que hoy vengo a ser yo. Tampoco le puedo tildar de culpable, simplemente era un camino por el que tenía que pasar para llegar hoy a esta bonita noche, esta dulce velada en la que me puedo relajar, mirar las estrellas y afirmar que el mundo es mío. No acepto crítica, ni represalias, ni reprimendas; hoy no, no voy a argumentar más, ya tuve que dar explicaciones hace mucho tiempo. Hoy simplemente me apetece pasear por la noche mientras suena Für Elise en una cajita antigua de música. Quiero sentarme en algún sitio desvistiéndome al completo, poco a poco, con sutileza y elegancia. Primero me despojo del tiempo, lentamente me deshago de los prejuicios, pasando por mis obligaciones y acabando por mis sueños. Desvestido completamente a ojos de las estrellas, con una piel oscura de aspecto blanquecino gracias a la sonrisa mortecina de la luna. Mi cuerpo es tan imperfecto que casi me hace reír, burlarme de mí mismo, pero qué más da, nadie va a juzgarme porque nadie tuvo la osadía de acompañarme. Esta soledad es tan bella como dolorosa, pero no es un dolor atroz, si no sutil y elegante, como mi forma de desvestirme, es un dolor con un gran currículum, una experiencia que casi se podría glorificar, es un dolor sempiterno... Este dolor está a otro nivel, yace en una zona casi inimaginable, está fuertemente arraigado a mis propias raíces. Quizá sea un maniático sexual, pero me complace sentirme de esta forma, totalmente desnudo y vulnerable, con un dolor que actúa como fusta y latiga cada centímetro de mi cuerpo. Si sonara un piano ahora mismo podría llorar, pero no va a ocurrir y este me hace sentir todavía más triste, incapaz de liberar mis lágrimas.
Creo que estoy embriagado. No puedo detener mi vista en un punto en concreto, mis ojos no pueden parar, están inquietos debido a la búsqueda de la belleza absoluta. Solamente hay dos cosas más bellas que la noche; una es la muerte y la otra es el amor. Me gustaría morir de amor bajo este cielo azabache. Escribir un poema triste, leerlo en voz alta a un gran público y apuñalarme en el abdomen como hizo Julieta para deshacerme de las banalidades que me ofrece esta vida, o envenenarme besando esos labios tan afilados con los que dejó de sonreír hace mucho tiempo. ¿Los labios de quién? Pues de esa dama desnuda que me observa detenidamente con mirada traviesa. Dueña de esa piel perfecta cuya sonrisa hace blanquecer a la luna. Esa curvatura perfecta que describen sus senos, esa pose tan sensual con la que tapa su sexo con sus piernas tan esbeltas. Ese cabello que cae agotado sobre sus hombros... Esa es la mirada, esa es la cicuta de Romeo, la daga de Julieta, el juicio final de un hombre que se perdió hace tiempo. Esto me recuerda a ''La dama y el suicida'', aquella obra de teatro que nunca llegué a acabar, como todo. Tras dejarme embelesado con su flagrante sonrisa, se da media vuelta y comienza a andar, con gracia divina. Mi cuerpo comienza a moverse solo, doy el primer paso vacilando, con la duda en cada movimiento que describen mis piernas, una sensación de pánico que se va desvaneciendo. Cada vez más rápido, sin titubear, con la esperanza de alcanzar esa dama nocturna que deambula exhibiéndose a sí misma. Siento frío, conforme más cerca estoy de ella noto como mis músculos se entumecen llegando a tal extremo que resulta doloroso seguir avanzando. Mi respiración cada vez es más lenta y puedo sentir como mi corazón se apaga gradualmente. No la puedo alcanzar, mis pasos cada vez son más lentos. Intermitentemente mis rodillas se doblan y tropiezo con mi propio cuerpo. Pese a esto no puedo dejar de seguirla. Quizá sea efecto del cansancio, pero las calles de la ciudad se han convertido en una nívea cumbre recubierta de escarcha.  Caigo al suelo, no puedo seguir. La nieve se amontona sobre mí, siento como se deshace al mezclarse con el calor de mi cuerpo y me quema. Estoy jadeando como nunca antes lo había hecho. Alzo la vista antes de sucumbir. Mi fugitiva me observa con una mirada curiosa, casi divertida, aunque con un ápice de melancolía. Pobre mujer de las nieves, condenada a vagar como un alma errante, por la eternidad de los días. Deshaciéndose de aquellos que como yo, la han seguido buscando la belleza del amor y la muerte. Un final muy acertado para alguien que un día fue poseedor del mundo. Por fin las lágrimas resbalan por mi rostro... creo que al fin puedo escribir los versos más tristes esta noche.








No hay comentarios:

Publicar un comentario