sábado, 24 de abril de 2021

Hablemos de mi abuela

 No sé por qué pero esperaba un lugar más bonito. No es desagradable, desde luego, la enfermera tiene un brillo en los ojos y un crepitar en su voz que me hace pensar que todo va a estar bien, sin embargo no es suficiente. Porque no puedo concebir que el envejecimiento no se relacione de alguna forma con la naturaleza, aunque sea artificial esperaba algo de belleza, celosías, jaramagos, canto de alondra. Y no hay nada de eso, de hecho el edifico en vez de expandirse en superficie lo hace en altura, así que quizá está mi abuela en un quinto piso observando a través de una lúgubre ventana una minúscula calle atestada de coches. 

Y aún sin tenerle yo demasiada estima, me siento extremadamente triste y me compadezco de ella. Porque mi madre, que ama hasta las plantas, le guarda cierto rencor. Y eso, sumado a todas esas historias sin moraleja, me hacen desconfiar de mi abuela aún cuando no es capaz de recordarse así misma. ¿Es justo guardar tanto rencor a alguien sin ni siquiera conocerle? Y aún con todo eso le compadezco, porque está encerrada en esa torre solamente acompañada por una pérdida de cordura lenta y agonizante. Alguien se está desdibujado, se están perdiendo sus expresiones, su rostro, sus manías; y eso me pone extremadamente triste. Y no es casual, el universo me está avisando, lleva haciéndolo mucho tiempo, a veces las personas simplemente se desdibujan, me ocurrió con mi padre, me ocurrió con mi hermano y ahora me ocurre con mi abuela. Y utilizo el verbo refiriéndome a mí mismo porque estoy totalmente seguro que me duele más a mí que a ellos, porque a una persona que se pierde no sufre, simplemente recorre un sendero anunciado. Y supongo que yo recorreré ese camino en algún momento de mi vida y supongo que habrá alguien que me odie eternamente por ello. Creo que esa es la mayor expresión de la belleza, un rencor que lleva a un ser humano a estar triste y escribir poesías en un parque.

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