martes, 9 de julio de 2024

El mejor de los mundos posibles

Me gustaban sus manías, cuando me replicaba absolutamente todo y yo reía divertido. Me gustaba cuando alzaba la voz para llamar mi atención. Me gustaba estar cada minuto con ella, me gustaba aburrirme con ella.
A veces nos sentábamos en el sofá y pasábamos una tarde entera sin hacer absolutamente nada, a veces hablábamos o jugábamos con el gato, otras simplemente nos quedábamos en silencio porque entendíamos que no había más que decir.
Me gustaban los libros que leía, lo comprometida que estaba con el mundo, lo directa que era inconscietemente y el caos que creaba a su alrededor sin darse cuenta.
"Qué te gusta de mí", me decía, con esas semi preguntas que se quedaban a medio camino entre el imperativo y la interrogación; yo, cada vez le decía una cosa distinta: "cuando acercas mucho tu cara a la mía, sonríes lasciva y me recorres con la mirad", "cómo apaciguas el mundo cuando conduces", "tu creatvidad para reinventar el lenguaje cuando hablas", "cuando me muerdes los labios", "tus pechos". Ella cada vez que oía una respuesta, sonreía y seguíamos caminando, siempre aprobaba el examen.

Sin embargo un día dejó de gustarme cuando me alzaba la voz. Ya no era divertido aburrirme con ella y cuando me replicaba, me ofendía. Su cuerpo y el mío dejaron de encajar en un ensamblaje perfecto y tanto a ella como a mí nos nacieron huesos y protuberancias que hizo que nos distanciáramos en la cama y cada vez estuviéramos más lejos el uno del otro. 
Un día simplemente odié absolutamente todo de ella y aunque no tuve nunca el valor de preguntarle, cuando llegaba a casa y la veía radiente y llena de energía, cuando se encontraba conmigo simplemente se evaporaba todo aquello, por lo que supe que era otra persona a la que acercaba su cara y sonsería mientras la recorría de arriba abajo.

Ahora nos vemos de vez en cuando, en sitios más sofisticados a los que acostumbramos, estrenamos prendas y pasamos más tiempo frente al espejo. Nos inventamos cómo nos va la vida, nos contamos con energía innecesaria que nuestro trabajo es mejor, que somos más felices, que leemos el triple y que también vamos al gimnasio. Hablamos de nuestros días como si duraran cincuenta horas cada uno. Sin embargo cuando terminamos nuestras fábulas y nos miramos finalmente a los ojos, parece que la gravedad disminuye un poco y nos notamos más livianos. Me replica todo y río divertido, alza la voz para llamar la atención y me habla de los libros que ha leído. A veces se queda en silencio y me mira, sé lo que está pensando, "me gustan mucho tus uñas" digo conteniéndome todo lo que puedo y ella snríe conteniéndose todo lo que puede.
El tiempo pasa rápidisimo y cuando uno de los dos revisa el reloj, suspiramos con nostalgia y nos despedimos, porque nos esperan en casa y aunque quisiéramos alargar esa cena infinitamente, sabemos que un segundo en concreto acbaría dejándonos de gustar todo lo del otro.

Cada uno se marcha su camino y aunque ahora parezca que somos un poco más tristes, nos vienen a la cabeza esas citas de Leibniz recordándonos que es el mejor de los mundos posibles.

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